Hasta hace un rato estaba lloviendo. Una lluvia pasajera,
liviana, como tímidas gotas que piden permiso antes de llegar al piso. Me llamó
la atención, porque hace un rato yo estaba llorando. Allá afuera mis lágrimas
no valen nada, son otras saladas gotas de las demás. Diría que mis problemas
parecen chicos afuera, pero no son grandes en ningún lado; son mis problemas,
míos, por eso parecen grandes para mí, porque son lo único a lo que me puedo aferrar.
Aun así salgo afuera. No se siente bien, las gotas están frías.
Adentro hacía calorcito, quiero eso, pero tenemos que darnos lo que necesitamos
no lo que queremos.
Las tiernas gotas se veían bien desde adentro, pero son
frías e incómodas.
Me quedo un buen rato ahí, no puedo ver las estrellas, no
hay estrellas, solo nubes. Sí hay estrellas, allí están y vendrán. O no. Sí, sí
están.
Tienen que estar en algún lado.
No conforme con mi suposición abro la reja de mi casa, sin
molestarme en cerrarla corro lejos, todavía debajo de la lluvia, buscando.
Tienen que haber estrellas, tienen que estar en algún lado. Ya no hay lágrimas
en mi cara, o al menos creo que no hay, solo fría lluvia. Estoy incómodo, no me
gusta el agua, no me gusta la lluvia.
¿Dónde no están las nubes?
-¡Señora! –le grito a una mujer que estaba despidiendo a
quien parecía ser su hijo-, ¿dónde no están las nubes?
Me mira desconcertada, pobre. Habrá olvidado su juventud y
los momentos de las nubes sin motivo; oh, estúpido tú (estúpido yo), que cree
que no hay motivos.
-La juventud no justifica nada de eso –me digo entrecortadamente,
estoy corriendo hace mucho, correr me marea. Claro que no justifica las nubes.
Quizá deba pensar antes de gritarles a las pobres señoras que despiden a quien
parece ser su hijo. Quizá deba pensarlo dos veces antes de salir a correr bajo
la lluvia.
Ya esto acá, ¿sí? No queda otra, ya empecé a correr, ya
empecé a buscar las nubes, esta vez de verdad. Sentado, mientras miraba por la
ventana, también las buscaba aunque sin tantas ganas. Cualquiera busca sentado,
mirando por su ventana. Yo quiero correr a las nubes, quiero librarme de toda
duda.
La calle no se acaba, tampoco las nubes. Correr no es
divertido, tampoco perder la esperanza con cada sacudido paso. Brillos, luces y
altura. Un terriblemente grande edificio se pierde en las nubes. Brilla mucho.
Entro.
Ella me invita a subir a los asciendescensores:
-Pero me dan miedo –le confieso.
Me da la mano y sonríe.
[Sonido de asciendescensor (como el de los ascensores pero
más alto e insoportable)]
De alguna manera sigo sintiendo la lluvia, la terraza. No,
no siento la lluvia. Estamos llorando, los dos. Luces, brillantes pardas luces,
estrellas. Solo teníamos que subir, mucho pero subir.
¿Qué significa esa metáfora? Ni yo lo sé. ¿Mira arriba y
encontrarás la luz?
Solo sé que por esos minutos en los que estuvimos juntos y
nos tomamos de la mano no había ni una sola nube, ni una sola gota de lluvia.
Cuando bajé las gotas no era lo mismo, ya no eran frías, ya
no eran incómodas. Ella me acompañó a casa, entró, se quedó un rato, nos
quedamos juntos solo un ratito, un feliz ratito.
Nos quedamos juntos una feliz vida.
Me encanta esta parte: "tenemos que darnos lo que necesitamos, no lo que queremos"
ResponderEliminarQué cierto y qué difícil!