La pequeña sabía
que por qué estaba ahí. No le dijo a nadie pero lo sabía.
Ella no se
sorprendió al ver que había llegado allí. Ella no se sorprendió al ver que en
sueños podría conocer esa ciudad.
Habitada por
tantos, ignoraban quién era ella, solo la miraban morbosamente. Caminó entre
tanta gente vacía que sintió ganas de vomitar. A nadie le importaba quién era
el otro, todos absortos en su cabeza, en sus problemáticas vidas.
La pequeña
corrió hacía callejones oscuros, donde los techos estaban tan juntos que no
entraba un rayo de luz de luna. Oyó una voz, corrió y llego a la luz, jadeando,
asustada. La gente se la llevaba por delante, no quería estar más allí.
Vio luz y de la
oscuridad rehuyó. Era un local de comida. Entró, se sentó y conoció a muchos
habitantes, todos diferentes de cada uno y, más que nada, de los que vivían
afuera.
Encontraba
alivio comiendo los platos que el chef cocinaba especialmente para ella. De
hecho, vivía ahí, en ese local que nunca cerraba. Conoció a varios otros
comensales, algunos entraban y se quedaban, otros solo daban media vuelta y se
iban.
Nuestra
protagonista crecía a lo largo de su estadía en esa ciudad. Una noche no había ninguno de quienes ella
llamaba “Los otros clientes”, esos que no se quedaban a compartir la paz de ese
lugar. La pequeña, inocente como era, decidió entrar a la cocina para ver al
chef, a quien nunca le había visto nunca.
Dentro de la
cocina no encontró a ningún chef, solo montones de platos listos en varias
mesas. Conocía esos platos, ya los había probado todos, amaba esos platos. Se
acercó, solo para probar un poco de la tarta de atún, tomó un cuchillo de uno
de los cajones y cortó una porción de tarta.
-¿Por qué me
lastimas? –dijo penosamente la tarta de atún.
-Disculpe señora
tarta –decía la pequeñita, bastante atónita -, de donde yo vengo las tartas no
tienen vida y solo son para comer –
-¿No tienen
vida? ¿De qué clase de blasfemo lugar vienes tú? ¡Todas vivimos y nos devoran sin
parar! –gritaba la tarta. La pequeña no entendía cómo ninguno de los comensales
venía a ver qué era todo este griterío.
-Perdón, no
pretendía decir eso así. Tengo que irme –le decía la pequeña mientras sacudía
sus rubios cabellos fuera de esa cocina -. Perdón.
-¡Ahora vuelve y
termina mi sufrimiento! ¡Mátame! ¡Mátame! –gritaba la tarta mientras la pequeña
corría fuera de la cocina, sus gritos se desvanecieron hasta no llegar a los
oídos de la pequeña.
Jadeando se
reincorporó, había corrido durante mucho tiempo, de hecho, había dejado atrás
el local de comida. Ahora sí que no sabía dónde se encontraba.
Una vez más vio
luz, una vez más corrió hacia ella, pero esta vez una sombra se interpondría y
cerraría la puerta hacia la luz. Una vez más ella lloraría hasta dormirse en la
oscuridad. Todo ese sufrimiento para despertar otra vez en la oscuridad, nada
había cambiado. No podía verse sus manos ni sus pies. Escuchó a alguien
respirar en la oscuridad. Lloró hasta que durmió en el duro suelo otra vez.
Soñó estar otra
vez en el local de comida, soñó que nada la había hecho huir, soñó que vivía en
una necia felicidad. Lastimosamente despertó y volvió a la realidad, a la
oscuridad en la que estaba viviendo.
Pidió a nadie
que la saquen de allí, que la salven. Pidió luz por una vez.
Los días se
tornaron en puros llantos y sustos. Algo se movía de a poco en la oscuridad.
Una vez algo la lamió. Ella sí que no entendía por qué pasaba todo esto, qué
había hecho para merecer esto.
En el momento en
el que escapó encontró que nada hacía ruidos, encontró también que una leve
corriente de aire le golpeaba el cuello.
Corrió hacia la
corriente de aire, sintiéndolo cada vez más en su rostro, cada vez empujaba
más. Corrió y el aire llegó al punto en que su cuerpo se empezaba a despegar
del suelo, pero ella no se rendiría. El viento la separó de la tierra, ella
voló, salió por el otro lado de la oscuridad y cayó en un pequeño lago de agua
cristalina. En el fondo yacían los huesos de aquellas pequeñas que no sabían
nadar. Dio el caso en que nuestra protagonista tampoco sabía.
La pequeña alabó
neciamente a quien había saltado al lago para salvarla. Empezaba a hundirse y
pudo ver qué la estaba yendo a “buscar”, no a salvar.
Creyó que era
una hermosa niña, pero mirando atentamente descubrió cuán robóticos parecían
sus movimientos, cuán vacíos eran sus ojos. La muñeca nadaba mucho más rápido
que cualquier cosa que hubiera visto nuestra pequeña, la cual se estaba
hundiendo cada vez más. Llegó al fondo, la muñeca se acercaba, los huesos la
tocaban, de hecho, los huesos la tomaban y la arrastraban hacia abajo.
La muñeca casi
la agarra, los huesos la salvaron,
creían que otra niña muerta sería una lástima. También lo sería otra niña
convertida en muñeca, solo con el fin de estar almacenada en el armario de Ese
que Respiraba en la Oscuridad.
Los esqueletos
le ofrecieron un hogar, ella quería volver de donde venía, de su cama. Además
el miedo de la pequeñita era cada vez más obvio. No confiaba en esos
esqueletos.
La pequeña miró
hacia arriba y lloró por ayuda, no podía soportarlo más. La tomé de su mano y
la saqué de ahí.
Ella no sabía
quién era yo, ya no podía seguir escribiendo su historia, mi cabeza me mataba.
Recuerdo que ningún rincón de la habitación estaba limpio, había escrito por
días. Mi pequeña creación corrió hacía mí, me confundió con alguien que
conocía. La abracé y se desmayó. La acosté en la cama de la habitación para huéspedes y me senté en el
frente de la casa.
El bosque me
daba tanta paz, la luz de la luna entrando por las barandas de madera, las
sombras aparentando ser todo y siendo siempre nada, las estrellas en el
firmamento; los rayos de sol pasando entre los árboles, me quedé dormido. Fui a
buscar a mi invitada, a mi creación, aquella que alguna vez había conocido hace
mucho tiempo, cuando fui un niño.
Estaba dormida, ya
había crecido bastante, ya casi era una mujer, igual que cuando la conocí.
Fueron hace muchos años, ya estoy muy viejo como para recordarlo. Puedo notar
que ha acomodado la desordenada habitación ¿Cuándo lo hizo? Quizás antes de
dormirse, era muy obsesiva con eso… creo. Ya lo he dicho, estoy muy viejo.
Se despierta, no
sabe dónde está, pobrecita. Le he traído su desayuno, dulces. Quiero consentirla,
a ella le gustaba que fuera así.
Me pregunta
quién soy y por qué ella está aquí. Me pregunta si todo fue un sueño y si lo
sigue siendo. No para de preguntar. Quiere saber qué le pasó a su cuarto, a sus
peluches, a sus padres. Quiere estar segura de que todos estén bien, de que
todo esté ordenado.
No sé por dónde
empezar, hace años que no hablo con alguien de su edad ¿Cuántos tendrá? ¿Diez y
seis como mucho?
¿Podría aguantar
la verdad?
Le digo que la
encontré caminando por el bosque sonámbula, sola. Que decidí ayudarla y que,
para que no se preocupe, ya había notificado a la policía.
Se nota que no quiere
estar aquí. Soy un viejo nostálgico nada más, solo quería verla una vez más
antes de irme.
Al día siguiente
me despierto para ver que está parada en la puerta de la habitación, esperándome.
Me dice que sabe que todo es mentira. Me vuelve a preguntar por qué está acá.
Tomo la libreta
que está al lado de mí cama y comienzo a escribir. Pero antes me despido de
ella, le doy un beso en la frente y la abrazo. Está desconcertada, ya no
molestaré más querida mía.
Nuestra
protagonista vio cómo todo se tornaba negro, millones de recuerdos pasaron por
su cabeza, recuerdos que aún no había vivido. La casa del viejo se derrumbó, dejándolo
a él morir adentro. La no tan pequeña escapó. Corrió por el bosque, vio la
madriguera del conejo y se metió.
La pequeña
despertó en un mercado cerca de su casa, recordó que estaba haciendo las
compras, quería cocinar algo especial para alguien. Muffins serían ésta vez.
Compró sus ingredientes y volvió a casa para cocinar.
Todo estaba
ordenado, todos estaban bien. Cuando su invitado llegó tuvo un leve recuerdo de
un anciano, aunque nunca supo por qué. Merendaron y pasaron la tarde hablando
de cosas de adolescentes. Se despidieron y nuestra protagonista volvió a su
vida normal.
En esos momentos
no pudo entender quién era el viejo, solo sabía que cuando ella era feliz, el
viejo también lo era. Fuera quien fuese, estuviera donde estuviese.