lunes, 13 de enero de 2014

Nostalgia

 La pequeña sabía que por qué estaba ahí. No le dijo a nadie pero lo sabía.
 Ella no se sorprendió al ver que había llegado allí. Ella no se sorprendió al ver que en sueños podría conocer esa ciudad.

 Habitada por tantos, ignoraban quién era ella, solo la miraban morbosamente. Caminó entre tanta gente vacía que sintió ganas de vomitar. A nadie le importaba quién era el otro, todos absortos en su cabeza, en sus problemáticas vidas.
 La pequeña corrió hacía callejones oscuros, donde los techos estaban tan juntos que no entraba un rayo de luz de luna. Oyó una voz, corrió y llego a la luz, jadeando, asustada. La gente se la llevaba por delante, no quería estar más allí.
 Vio luz y de la oscuridad rehuyó. Era un local de comida. Entró, se sentó y conoció a muchos habitantes, todos diferentes de cada uno y, más que nada, de los que vivían afuera.

 Encontraba alivio comiendo los platos que el chef cocinaba especialmente para ella. De hecho, vivía ahí, en ese local que nunca cerraba. Conoció a varios otros comensales, algunos entraban y se quedaban, otros solo daban media vuelta y se iban.

 Nuestra protagonista crecía a lo largo de su estadía en esa ciudad.  Una noche no había ninguno de quienes ella llamaba “Los otros clientes”, esos que no se quedaban a compartir la paz de ese lugar. La pequeña, inocente como era, decidió entrar a la cocina para ver al chef, a quien nunca le había visto nunca.
 Dentro de la cocina no encontró a ningún chef, solo montones de platos listos en varias mesas. Conocía esos platos, ya los había probado todos, amaba esos platos. Se acercó, solo para probar un poco de la tarta de atún, tomó un cuchillo de uno de los cajones y cortó una porción de tarta.

 -¿Por qué me lastimas? –dijo penosamente la tarta de atún.
 -Disculpe señora tarta –decía la pequeñita, bastante atónita -, de donde yo vengo las tartas no tienen vida y solo son para comer –
 -¿No tienen vida? ¿De qué clase de blasfemo lugar vienes tú? ¡Todas vivimos y nos devoran sin parar! –gritaba la tarta. La pequeña no entendía cómo ninguno de los comensales venía a ver qué era todo este griterío.
 -Perdón, no pretendía decir eso así. Tengo que irme –le decía la pequeña mientras sacudía sus rubios cabellos fuera de esa cocina -. Perdón.
 -¡Ahora vuelve y termina mi sufrimiento! ¡Mátame! ¡Mátame! –gritaba la tarta mientras la pequeña corría fuera de la cocina, sus gritos se desvanecieron hasta no llegar a los oídos de la pequeña.

 Jadeando se reincorporó, había corrido durante mucho tiempo, de hecho, había dejado atrás el local de comida. Ahora sí que no sabía dónde se encontraba.
 Una vez más vio luz, una vez más corrió hacia ella, pero esta vez una sombra se interpondría y cerraría la puerta hacia la luz. Una vez más ella lloraría hasta dormirse en la oscuridad. Todo ese sufrimiento para despertar otra vez en la oscuridad, nada había cambiado. No podía verse sus manos ni sus pies. Escuchó a alguien respirar en la oscuridad. Lloró hasta que durmió en el duro suelo otra vez.
 Soñó estar otra vez en el local de comida, soñó que nada la había hecho huir, soñó que vivía en una necia felicidad. Lastimosamente despertó y volvió a la realidad, a la oscuridad en la que estaba viviendo.

 Pidió a nadie que la saquen de allí, que la salven. Pidió luz por una vez.
 Los días se tornaron en puros llantos y sustos. Algo se movía de a poco en la oscuridad. Una vez algo la lamió. Ella sí que no entendía por qué pasaba todo esto, qué había hecho para merecer esto.
 En el momento en el que escapó encontró que nada hacía ruidos, encontró también que una leve corriente de aire le golpeaba el cuello.
  Corrió hacia la corriente de aire, sintiéndolo cada vez más en su rostro, cada vez empujaba más. Corrió y el aire llegó al punto en que su cuerpo se empezaba a despegar del suelo, pero ella no se rendiría. El viento la separó de la tierra, ella voló, salió por el otro lado de la oscuridad y cayó en un pequeño lago de agua cristalina. En el fondo yacían los huesos de aquellas pequeñas que no sabían nadar. Dio el caso en que nuestra protagonista tampoco sabía.

 La pequeña alabó neciamente a quien había saltado al lago para salvarla. Empezaba a hundirse y pudo ver qué la estaba yendo a “buscar”, no a salvar.
 Creyó que era una hermosa niña, pero mirando atentamente descubrió cuán robóticos parecían sus movimientos, cuán vacíos eran sus ojos. La muñeca nadaba mucho más rápido que cualquier cosa que hubiera visto nuestra pequeña, la cual se estaba hundiendo cada vez más. Llegó al fondo, la muñeca se acercaba, los huesos la tocaban, de hecho, los huesos la tomaban y la arrastraban hacia abajo.
 La muñeca casi la agarra,  los huesos la salvaron, creían que otra niña muerta sería una lástima. También lo sería otra niña convertida en muñeca, solo con el fin de estar almacenada en el armario de Ese que Respiraba en la Oscuridad.

 Los esqueletos le ofrecieron un hogar, ella quería volver de donde venía, de su cama. Además el miedo de la pequeñita era cada vez más obvio. No confiaba en esos esqueletos.

 La pequeña miró hacia arriba y lloró por ayuda, no podía soportarlo más. La tomé de su mano y la saqué de ahí.

 Ella no sabía quién era yo, ya no podía seguir escribiendo su historia, mi cabeza me mataba. Recuerdo que ningún rincón de la habitación estaba limpio, había escrito por días. Mi pequeña creación corrió hacía mí, me confundió con alguien que conocía. La abracé y se desmayó. La acosté en la cama de  la habitación para huéspedes y me senté en el frente de la casa.
 El bosque me daba tanta paz, la luz de la luna entrando por las barandas de madera, las sombras aparentando ser todo y siendo siempre nada, las estrellas en el firmamento; los rayos de sol pasando entre los árboles, me quedé dormido. Fui a buscar a mi invitada, a mi creación, aquella que alguna vez había conocido hace mucho tiempo, cuando fui un niño.

 Estaba dormida, ya había crecido bastante, ya casi era una mujer, igual que cuando la conocí. Fueron hace muchos años, ya estoy muy viejo como para recordarlo. Puedo notar que ha acomodado la desordenada habitación ¿Cuándo lo hizo? Quizás antes de dormirse, era muy obsesiva con eso… creo. Ya lo he dicho, estoy muy viejo.
 Se despierta, no sabe dónde está, pobrecita. Le he traído su desayuno, dulces. Quiero consentirla, a ella le gustaba que fuera así.

 Me pregunta quién soy y por qué ella está aquí. Me pregunta si todo fue un sueño y si lo sigue siendo. No para de preguntar. Quiere saber qué le pasó a su cuarto, a sus peluches, a sus padres. Quiere estar segura de que todos estén bien, de que todo esté ordenado.

 No sé por dónde empezar, hace años que no hablo con alguien de su edad ¿Cuántos tendrá? ¿Diez y seis como mucho?
 ¿Podría aguantar la verdad?

 Le digo que la encontré caminando por el bosque sonámbula, sola. Que decidí ayudarla y que, para que no se preocupe, ya había notificado a la policía.

 Se nota que no quiere estar aquí. Soy un viejo nostálgico nada más, solo quería verla una vez más antes de irme.

 Al día siguiente me despierto para ver que está parada en la puerta de la habitación, esperándome. Me dice que sabe que todo es mentira. Me vuelve a preguntar por qué está acá.
 Tomo la libreta que está al lado de mí cama y comienzo a escribir. Pero antes me despido de ella, le doy un beso en la frente y la abrazo. Está desconcertada, ya no molestaré más querida mía.

 Nuestra protagonista vio cómo todo se tornaba negro, millones de recuerdos pasaron por su cabeza, recuerdos que aún no había vivido. La casa del viejo se derrumbó, dejándolo a él morir adentro. La no tan pequeña escapó. Corrió por el bosque, vio la madriguera del conejo y se metió.

 La pequeña despertó en un mercado cerca de su casa, recordó que estaba haciendo las compras, quería cocinar algo especial para alguien. Muffins serían ésta vez. Compró sus ingredientes y volvió a casa para cocinar.
 Todo estaba ordenado, todos estaban bien. Cuando su invitado llegó tuvo un leve recuerdo de un anciano, aunque nunca supo por qué. Merendaron y pasaron la tarde hablando de cosas de adolescentes. Se despidieron y nuestra protagonista volvió a su vida normal.

 En esos momentos no pudo entender quién era el viejo, solo sabía que cuando ella era feliz, el viejo también lo era. Fuera quien fuese, estuviera donde estuviese.


miércoles, 8 de enero de 2014

Relato Para Una Niña

 Desperté sobre un extenso páramo verde, no hay absolutamente nadie a mi alrededor. Me levanto y parto rumbo hacia una montaña que veo en la distancia.

 Mientras estoy caminando me pregunto cómo llegué a este lugar de cielo despejado. Me choco con un árbol, no sé de dónde apareció, es muy grande. El árbol es tan grande que tengo que caminar durante unos buenos cinco minutos para poder darle la vuelta. Una vez del otro lado sigo caminando pero algo se apodera de mi atención, escucho algo arriba, en las ramas del árbol. Siento un golpe en la cabeza y me desmayo.

 Despierto sin idea de dónde estoy, otra vez, mi vista está nublada. Creo ver unas personas con muy peludas y oscuras. Me refriego los ojos con las manos y veo a una familia de monos de chocolate, muy cómodos con sus muebles de madera. Miro hacia abajo, estoy sentado en un sillón de madera muy bien acolchado, la ventana me muestra que esto es una casa en el árbol.
 Un mono de chocolate se me acerca para tomar mi mano y llevarme a la mesa, con el resto de su familia. Empieza a hablar en idioma mono de chocolate, lo entiendo perfectamente. Me explica que no soy de este lugar, que nunca ha visto nada como yo y que, si no me apresuro, no podré volver a casa.
 Ceno con la familia, insisten en que pase la noche allí y que a la mañana parta hacia la montaña, que esa es la puerta a casa.

 Me despierto a la mitad de la mañana, no veo a los monos de chocolate, los oigo gritar fuera de la casa. Lo peor es el motivo por el que despierto, la casa está llena de humo, el árbol se incendia. La puerta está cubierta de fuego, también la escalera de emergencia. Salgo por la ventana, hay varios metros hasta el pisto, los monos de chocolate están allí, observándome. Subo por las ramas del árbol hasta encontrar una enorme hoja, me cuelgo de esta hasta que se desprende del árbol.
 Para cuando me doy cuenta me he alejado mucho del árbol, usé la hoja para planear fuera del incendio, el humo me levantó por lo que pude alcanzar una gran distancia. No sé qué ha sido de los monos de chocolate.

 Caminando llego a un pueblo, los habitantes se sorprenden al verme, son muy parecidos a un conejo. Los habitantes son conejos rechonchos, con y todos, absolutamente todos, tienen una larga y sedosa cabellera rubia. Ellos no caminan, ellos ruedan. No existen las escaleras en ese pueblo, solo rampas. Las puertas son redondas y los habitantes felices, casi siempre comiendo.

 Uno de ellos se acerca y empieza a hablar con un increíble buen español: -Muy buenos días. Para llegar de nuevo a su hogar debe seguirme hacia la montaña, allí podrá volver-. Sigo al habitante rodador hasta la montaña, hay una puerta de piedra cuyo ignoto interior me intriga. “¿Será mi salida?” pienso mientras el Sr Conejo Rodador usa su pelo (que al parecer puede mover como sus extremidades) para abrir un cerrojo con una llave negra.
 La puerta se abre haciendo un ruido insoportable, el Sr Conejo Rodador me mira, esperando a que entre. Está muy oscuro, no quiero entrar. El Sr Conejo Rodador está por decir algo pero unos gritos provenientes del pueble lo interrumpen.

 Ahora sé qué le pasó a la casa-árbol de los monos de chocolate, un enorme y rojo dragón surca los cielos en nuestra dirección. El Sr Conejo Rodador y yo nos miramos al mismo tiempo que la puerta se empieza a cerrar. Corremos hacia ella, no, corrijo. Corro hacia ella mientras el Sr Rodador rueda con una velocidad increíble. Una vez dentro nos damos media vuelta para ver como el dragón mete su boca por la puerta que todavía no se había cerrado.
 Cuando el dragón comienza a toser temo lo peor, nos escondemos a un lado de la puerta justo a tiempo para que la ardiente llamarada que despide el dragón no nos queme. El dragón se corre y la puerta se cierra.

 Más malas noticias, la llamarada del dragón ha iluminado el lugar por unos segundos… es decir, ha despertado a lo que vive dentro de la montaña, prefiero volver con el dragón.

 Dos enormes y brillantes ojos se ven dentro de la montaña, el cuerpo de ese ser despide luz desde varios agujeros. Pronto me doy cuenta que es una especie de fuego azul. Gracias a esto toda la cueva dentro de la montaña se revela, el inmenso precipicio dónde está parado ese ser se revela y su cabeza, junto con sus dos gigantes manos también.
 El Sr Conejo Rodador está llorando, saca una bolsa de caramelos de su bolsillo y come treinta y cuatro sin parar. El dragón rompe la puerta, mira al ser, el ser lo mira, el dragón vuelve por dónde vino, nosotros también, el ser ruje.

 Corro fuera de la montaña, no tengo idea de cómo regresar a mi hogar. Es de noche, los habitantes de la noche están por todos lados. La montaña se destruye, el ser saca su enorme cuerpo de allí. No sé qué hacer.
 Me doy media vuelta para ver al Sr Conejo Rodador, este ha crecido, tiene el tamaño del ser, me toma con su pelo y me deposita en su oreja. El ser nos mira, nos enfrenta. El Sr Rodador está decidido, el ser se prepara para pelear. En un abrir y cerrar de ojos el Sr Rodador empieza a girar a una velocidad increíblemente alta, yo estoy bien agarrado de su oreja pero está girando muy rápido.
 Mi amigo me toma con su cabellera y usando la velocidad acumulada me lanza a uno de los agujeros flameantes del ser, vuelo en contra de mi voluntad y caigo en el agujero, las llamas me rodean.
 Antes de poder sentir a las llamas quemándome caigo en un estanque de agua cristalina que se encuentra dentro del ser, muy en el fondo veo una compuerta, tomo aire y voy hacia ella. Mientras intento llegar a la compuerta veo calamares negros a mi alrededor, intentan tomarme pero me libero con mucha dificultad. Abro la compuerta y todo este mundo se drena.
 Estoy en la nada, todo es oscuro, el piso es muy duro y de un color negro muy opaco. Escucho una voz, veo a mi gato acercándose:
-Parece que has recorrido un largo camino para llegar aquí, y lo valdrá, solo en este lugar podrás entender lo que digo así que aprovecharé para comentarte algo. Tengo hambre- Dijo con una voz ceremoniosa y grave.
Me agacho e intento tomarlo pero se desvanece, todo se desvanece.

Me despierto, he desarmado toda la cama y mis peluches se cayeron al piso. Empiezo a caminar por la casa, todo está normal. Encuentro el tazón de comida de mi gato, él está abajo, me mira y maúlla, tiene hambre.


viernes, 3 de enero de 2014

Pasto Rosa

 Camino por un páramo, el paso es rosa, los arbustos amarillos; el cielo rojo, las nubes no existen, estoy solo.

 No tengo la menor idea de cómo llegué este lugar. Ni que me importara, solo me dedico a caminar.
 El pasto es el del bueno, el que no se te mete en los zapatos, el que no molesta. Llego a un poblado. Los pobladores son inútiles figuras de arcilla, los animales hacen su propia voluntad alrededor de las casas. Las puertas están cerradas.
 La puerta abierta pertenece a una cabaña de troncos color uva, los lamo esperando que tengan sabor a eso, a uva. Que decepción, madera, asco. Entro en la casa, no hay pobladores, salgo de modo que llego a otro poblado, pero sus casas rojas me dan una mala impresión así que sigo caminando por el solitario pasto.


 Una brisa, algo cambia. Puedo oler algo. Estoy seguro de que no es sangre.
 Raro fue ver a esa clase de mujer en esa clase de lugar, durmiendo en ese pasto. Me acuesto sobre su pecho. No puedo ver sus facciones, menos su pelo. De hecho, no puedo verla, al parecer me quedé dormido.
 Encuentro una nota sobre mi regazo que dicta lo siguiente: “Gracias por la cita. Me hubiera gustado que viviéramos juntos por siempre, solo que, yo tampoco me veo ¿Quiénes somos amándonos?”. Profiero una palabrota y golpeo el pasto. Rápidamente me disculpo con él, no tiene la culpa de esto, solo es pasto. “Perdón, pastito mío, fue la ira del momento, no me abandones. Perdón, no otra vez. Perdón… No…”.


 El pasto parece enojado, decido seguir caminando, esperaré a que se le pase.


 Veo un desolado lugar a la distancia el cual evito rápidamente. Me topo con un bosque, camino y llego a un claro.
 Una gran roca yace en el medio, varias alrededor, todo tiene un aire a ritual pagano primigenio. No me equivocaba al parecer.
 Los indígenas copan el lugar y yo me sumo a ellos en el ritual. Cuando el asunto se empieza a poner más difícil me voy.


 Robé uno de los caballos de los indígenas y me dirigí a una ciudad subacuática que encontré entre el pasto rosada. Todo es azul.


 No paso mucho tiempo allí, los seres que habitan esos lares son imponentes, sin mencionar que muy peligrosos también.


 Una vez en el pasto veo un dragón volar. No, no ese dragón, uno del estilo oriental. Baja y se sitúa ceremoniosamente frente a mí.
 “¿Qué pasa acá?” Me dice. Le explico que según el molde de los cuentos él me tenía que dejar una metáfora, enseñanza; una epifanía, cualquier cosa de esa índole.


 “Ah, bien. Em, bueno, sí. No soy muy bueno en esto, ¿sí? No me apures. ¡Ah sí!” Cuando termina de decir estas palabras gira rápidamente y me golpea en el estómago con su cola, luego se desvanece en los aires.


 He vomitado mi corazón. Nunca fui muy normal pero, ¿Hielo, de verdad? ¿Mi corazón está congelado? Por favor, Señor Dragón Oriental ambos sabemos que eso es mentira. Él ya no está, se fue sabiendo que discutiría esto, que idiota.


 Me paso discutiendo un tiempo sobre un tópico fascinante que ya no recuerdo. Luego me pregunto el por qué de la metáfora del Señor Dragón, pero luego me olvido y sigo caminando.


 Veo a la señorita que estaba dormida en el pasto, está corriendo. Corro detrás de ella hasta alcanzarla, toco su hombro para llamar la atención y le pregunto: “¿Sabes por qué mi corazón es hielo?”. Me mira, se abalanza sobre mí, besándome, y desaparece.
 “Mierda” No golpeo al pasto.



 Me acuesto en el suelo y dejo el tiempo pasar, el pasto crece sobre mí, las raíces me toman. Termino siendo más pasto rosa. Termino esperando a alguien que se recueste conmigo. Termino yaciendo en paz, de una puta vez por todas.