¿Y si te digo que se viene algo nuevo y diferente? ¿Algo a lo que le vengo poniendo ganas desde hace un rato? ¿Ese algo que quiero que marque un punto y aparte en mis .doc?
Esperemos que pronto.
domingo, 5 de octubre de 2014
martes, 12 de agosto de 2014
Recorte crudo del capítulo "D"
Daniel
llenó el vaso con su bebida gasificada sabor lima-limón y continuó su ejercicio
de mirar la pared.
-Sí,
definitivamente los recuerdos se nublaron –pensaba mientras zapateaba en el
suelo ritmos de batería (pronto serían respondidos por la señorita del piso de
abajo, que quiero dormir la siesta carajo, que la policía y que te voy a llenar
la cara de dedos y otras variopintas variantes de halagos repentinos y, como
siempre, venidos desde el corazón-. Es que así se piensa mejor –argumentaba-,
pero volviendo al tema, siempre la misma historia: recuerdo todo mi día de ayer
hasta que ella volvió a casa «schirick», desde ese frío punto se alza una pared
de hielo «schiriiiick», un glaciar desproporcionado arruinando mi bosque de
belleza primaveral, seccionando
mis recuerdos y privándome de reír de esa cosa graciosa que dijo y creciendo un
aura misteriosa tras este como si de esas enormes montañas que cuidan a la Plateau of Leng se tratase.
La pava chilló y
él no recordó cuándo había prendido
el fuego, solo se limitó en
apagarlo, cosa a la que una voz, un eco del futuro perdido en alguna parte de
este basto cosmos (o no, o quizá más allá) acotaba un “Por ahora”. De todas
maneras tomó su bebida gasificada sabor lima-limón.
-Y esto no es,
pero si estaba... Maldita seas agua con gas, carajo –decía ese al que le
sobrevenía una vez más ese monótono e irritante caso, impulsado solo por querer
recordar ese “poquito más”. Suplicaba y le rogaba a ese subconsciente suyo que
dejara de guardar esos secretos con tanto recelo, que por qué y dame motivos,
como si escondiera algo que sabe que él mismo no debería ver. Más temprano que
tarde Daniel comenzó a ver todo como si él mismo supiera algo que no quería
ver, o que no debía saber, pero estaba seguro que marcado a fuego estaba El
Episodio. Dentro, teorizaba Daniel, en un lugar muy profundo de su yo cósmico había un pequeño Daniel que tenía un
secreto (y que, vale decir ya que andamos de paso, vivía en una fortaleza
infranqueable para muchos), que sabía más que los demás Danieles que habitaban
esa coraza danieloza. Incluso existía la posibilidad de que ese no fuera un
Daniel más, sino un algo digno de llamarse Ese.
Pero pronto (y
lastimosamente) se retiró de esta batalla con su subconsciente, de estudiar el yo con una herramienta tan básica como lo
es el cerebro (en comparación, claro), abandonó estos pensamientos como quien
abandona una pelea pacíficamente luego de (muchos golpes) entender que no puede
ganar; sin embargo no lloraba la derrota, se volverían a encontrar y esta vez
Daniel tendría muchísimas más teorías desarrolladas. Pero, mientras tanto,
Daniel decidió pensar un poquito en algo más, para distraerse, ya ves, y ese
algo más era ella, cómo no.
«Con todos estos
cortes, estas “censuras”, nuestra relación deja de ser una película y termina
volviéndose un conjunto de fotografías abismalmente separadoresumidas. Y, para
colmo, atadas con una bandita color marrón. Se saca los auriculares para
saludarme, uy, qué macana, no le gusta el pollo y me regala un dibujo, seguido
de chauteamo (creo que eso era un te amo, salió desenfocada, es que a mi cámara
mental hay que tenerle paciencia para que enfoque y se ve que pintó la prisa) y
allá viene ella tan linda cuando camina, sonríe y se saca los auriculares, chau
otra vez. Y yo que después me pongo a buscar excusas cuando no me acuerdo de
las cosas que me cuenta.»
»Pero, quién sabe,
quizás es algo bueno, ¿no? Quizá no se trata de olvidar cosas porque sí, quizá
no sea tan contraproducente. O quizá…
»”CHAN CHAN
CHAAAN” Ahora pienso en finales y parece que la pava está humeando de nuevo..
Entre teoría y
teoría una campanita le sonaba en la cabeza (no, no era la pava otra vez), un
recordatorio programado (por cabeza digo celular, con esto de la tecnología hoy
en día, ¿vio?). «No me jodas que la tengo que pasar a buscar hoy» lo último que
las paredes escucharon antes del sonido de las llaves y el portazo.
Estas creyeron oír
a lo lejos varios «Pero yo soy un pelotudo».
«Ay pobre
pelotudo» cantaba el coro de querubines porcelanados, el auto gira y ellos se
mueven inversamente, teniendo siempre la misma distancia (ese lacito rojo) del
retrovisor, que esperaban a la primera oportunidad para molestar a Daniel, como
hacían de costumbre. Dorados rizos se posaban en sus cabecitas blancas, unos
perfectos espirales, girá en Hirigoyen (Yrigoyen para entendidos) que se van a
pegar un lindo susto (así como cuando fuiste al zamba de Santa Cruz por primera
vez), haciendo resaltar demasiado vistosamente a sus ojos, dos verdes, dos
azules y uno marrón, solo Dios sabe qué le pasó al otro).
(Paradójicamente)
Ninguno tenía labios, y eso que se escuchaban sus cantos en todo el auto, pero
solo en el auto.
«Creo» pensaba nuestro héroe salvador, un macho cabrío de
aquellos, de pecho peludo y manos ensangrentadas, temido por sus enemigos,
terrible jugador de ping-pong, no tan buen buscador de amadas que salen del trabajo.
martes, 13 de mayo de 2014
APOLLO 31
Recobro la conciencia en un parpadeo. La
luna entra por la ventana y dibuja a la silueta, no veo su rostro pero oigo la
risa, su risa. Mientras me acerco a la oscuridad que la conforma la luna
menguante se confunde con su pelo, con su cuerpo; mientras nuestros labios se
buscan la luna les ilumina el camino. Extiendo mi brazo hacia la luna, quiero
sentirla, tan suave y deliciosa, quiero palparla. Me extiendo más y toco sus
rayos, son sedosos y largos; mis dedos juegan entre ellos, contentando a la
silueta, mientras siento que sus labios se rozan con los míos. La luna (la que
no está detrás de la ventana) es sensible, mis dedos la sienten carnosa y delicada
(¿quién lo hubiera dicho?), la palpo y la beso, heterogénea hasta sus dos
puntos. Mis labios se rozan con toda su luna, arriba y abajo; siempre habla
pero no usa palabras, su lenguaje me advierte o me alienta, sentimientos y
deseos.
Sus traslucidas manos acarician y juegan
en mi espalda, las mías sienten toda la luna, cada recoveco, guidas por su
lenguaje, por el deseo concebido por mi cariño. La luna comienza a acercarse a
la ventana, a la figura que la emula tan deliciosamente: si digo que es
deliciosa es porque lo sé, me acerco y la pruebo, su beso y sus manos en mis
mejillas, junto con un poco de perfume, de su exquisito perfume; en cuestión de
segundos soy el catador de su deseo, el catador de la pálida y hermosa luna.
La luna terrenal (la más bella) se
acercó a mí, su nariz juntó con la mía, y muy lejos, detrás (debajo) de nuestro
beso oímos a un botón desabotonarse. Ese era el trato, cuatro besos por sus
cuatro botones, su lenguaje (el que no tiene palabras) me alienta a más, a
sentir (conocer) el centro de la luna, a descubrir qué me aguarda allí. Como
una nave espacial a punto de aterrizar tengo el sumo cuidado, como quien se
esmera en un regalo para un ser querido soy delicado; sus ojos, los ojos
lunares, están fijos en mí mientras que la otra luna (la de la ventana) nos
mira e ilumina, paciente pero ansiosa. Me cierno sobre ella, la siento, siento
todo lo que ella siente: el dolor por las penas pasadas peleándose con el
deseo, mientras una lluvia de amor inunda la escena. Uso su lenguaje (sé qué
siente y quiero que sepa que yo siento igual) al mismo tiempo que ella, sus
ojos, redondos y hermosos, se dirigen a los míos, su boca media abierta y la
sorpresa; llegamos a entendernos de verdad por primera vez y lo encontramos
agradable (“…muy agradable” piensa ella). Su cansada mirada no se ha separado
de la mía, su agitada respiración no evita su sonrisa y el beso.
Entro, oigo su idioma, el idioma del
amor, siento uñas en mi espalda: son profundas, pero no como yo dentro de la
luna.
Entro. La luna menguante parece girar
(ciclar) a medida que amo a su parecida, se ve que la luna nueva da paso al deseo
creciente y la luna igual, “Adiós” se dicen cuando la luna llena llega: ahora
otra vez menguante. Su luna roja se confunde con la pálida, la de la ventana
sigue mirando. Ella sigue usando su lenguaje y ahora está sobre mí, me miran
los deseosos ojos, pardos y estelares. Beso la luna suave y las uñas me
mantienen acostado, siempre donde ella me quiere. Salvaje, pienso, salvaje y
refinada a la vez… mi contradicción favorita ejemplificada por sus suaves (suaves
y húmedos) labios sobre mí y sus labios (los que me besan, los que me hablan
sin palabras) me sugestionan y me muerden tiernamente. Los besos paran y se
desvanecen de mis labios, ahora se mudan a mi pecho: este le gusta y los
desploma sobre él, a los únicos, blancos y dulces sobre mi sensible piel. Ahora
mis besos y nuestro (ya no es más solo suyo) lenguaje son iguales, solitarios
allá arriba, pero ella sigue besándome, como una suave manta sobre mí: el
profundo explorador de la luna, tan blanca iluminada por su par. Me besa y yo
me avergüenzo, me siente profundamente en sí y se avergüenza: la otra luna nos
ilumina.
Recito su lenguaje y ella me ama, poemas
y sonetos equivalen al amoroso deseo, al sentimiento escondido.
Todo explota: la luna de la ventana se
rompe.
Todo explota: ella se recuesta sobre mí.
Todo explota y todo me besa, suaves
(calientes y húmedos) labios. Sobre mí dibuja corazones, recordando la frase,
la frase que hablaba de su profesión: ladrona de corazones, mi maestra en el arte
de los sentimientos. Dibuja y me mira, me gustan sus dibujos; nada la ilumina,
pero ella no tiene miedo. Se ríe y se siente protegida: ¿Que si quiero amor?
Siento su perfume en mis labios, lo saboreo en los suyos, sabroso. Me despido
de su rostro y me lo vuelvo a encontrar en mis sueños.
lunes, 5 de mayo de 2014
Un amor en su carpa.
Su silueta destaca junto con la colorida
y larga tela que cuelga del techo. Estira sus brazos y la atrapa (todo es
oscuro, o casi. Todo excepto por ella, la silueta iluminada por el reflector),
la tela se tensa, sus músculos se contraen para subir su cuerpo; si soltara
¿qué le pasaría? Es obvio. Sube sus brazos, ¿caerá? Sus moldeadas (por ángeles,
claro) piernas se habían asegurado, un pie sobre el otro; el izquierdo entra
por la derecha, el derecho llega por arriba. Siempre amó esa subida. Ahora sus
brazos se contraen y sus piernas se extienden, ella sonríe, todos en el público
le devuelven la sonrisa.
Continúa alternando esta subida (“La
Rusa”, ¿por qué se llamará así? ¿Por el frío?, ¿o quizá por el riesgo? No lo
saben, sin embargo todos amaron cómo la ejecutaba, cómo la pronunciaba), junto
con vueltas y tomas efectuadas con la increíble precisión de su cuerpo. <<¡Oh!
¿Qué es eso?>> se suele escuchar cuando, sorpresivamente, está de cabeza.
Su sombra muestra un jazmín, su remera una rosa roja (roja y profunda como sus
labios, como sus uñas y sus arrebatadoras calzas. Mira hacia el reflector (solo
hay uno pero es suyo, su reflector), al brillante ojo que siempre la mira, el
único público que importa. Ella y la tela, como si fueran una, y el reflector,
su amante; <<Siempre estuvo allí>> pesará ella, <<Siempre me
observó>>. Siempre la cuidó. Estando de cabeza ella recuerda (creo que no
mencioné sus cabellos, oh sus negros cabellos, todos se embriagan en ellos;
provocante seda, atada por una colita. Todos en la audiencia lo desean:
<<Sí, por favor, soltalos. Mostranos cómo caen>>, todos quieren
saber cómo caen desde su invertida figura y, cuando suba, ver cómo caen sobre
sus hombros; todos anhelan la embriagante imagen, todos anhelan volver a ser
flechados por ella), cuántas cosas ha visto ese reflector, cuántas peleas y en
cuantos llantos ha estado ahí con ella.
Y es por esto que su actuación es tan
ilustre, nadie en el público la merecen (¿cómo podrían?, ¿quién podría?), solo
el reflector, confidente, amigo y, sobre todo, amante.
Y es por esto que ella quiere hacerlo y
disfruta, cómo debe de disfrutar su amante, quien solo la mira a ella; se aman.
Así,
deslizándose entre las telas, sosteniéndose, como agua entre rocas, como una pluma
en el aire. Hay un adjetivo; ella es muchos adjetivos, pero ahora destaca uno:
suavidad. El público está absorto, no comprender cómo, pero ella gira y termina
mostrando su equilibrio, el equilibrio de su enloquecedora figura, la tela se
dispara desde su vientre, perpendicularmente, al techo. Se escuchan aplausos,
ella sonríe agradecida al sentir el calor del reflector (no ha escuchado
ninguno de los aplausos, no le interesan), gracias. Decide que él se merece
más, así sube y repite giratorios y rápidos movimientos, aún seguía siendo la
sutil y tranquila, como si dominara este arte a la perfección, como si ella
misma fuera la diosa de las artes (celos siente la mismísima Minerva, incluso
Artemisa). Todos dicen lo mismo: hermosa. A ella no le importa qué digan, solo
quiere saber la opinión de su amante, a quien está dedicando todo su acto, a
quien ha dedicado todos sus actos.
Estira y juega con las telas, se
divierte y brinda su espectáculo. Extiende las telas, se envuelve en ellas;
sale (o asoma su cabeza, por lo menos) y mira al público. Todos ven su sonrisa
picarona; alguno que otro cree que, cuando guiñó el ojo, se lo guiñó a él, pero
ella sabe a quién le estaba guiñando.
Sube, quiere cerrar con broche de oro.
Ata, ata y ata, se prepara, suspira, abre los ojos y se suelta. Adelante una vuelva,
dos a la derecha y termina formando una pequeña bolita; “el bebé”, simple pero
tan deliciosos a la vista.
Nadie ve su rostro, pero ella sonríe,
siente al reflector sobre ella, siente… ¿qué es eso?, ¿cuántos sentimientos hay
ahí? Orgullo, felicidad y, ¿cómo no?, mucha satisfacción. Fue su acto y fue
increíblemente magnífico.
Ahora ya se va a festejar con sus amigos
y, muy probablemente, a conocer a otro pululante individuo que, como todos,
quiere conocerla para “llegar a algo”. Sabe a qué se enfrentará y se para en la
puerta. Mira la tela y luego al apagado reflector, ambos sonríen, ella le tira
un tierno beso y cierra las puertas; ahora su lugar romántico está cerrado y a
oscuras, esperando su regreso al otro día, quizá a reír, quizá a amar. Siempre
volver a su romance, a su herencia. Porque cuando allí ella no está (cuándo su
reflector, su tela y su aro la extrañan) deja su corazón, para que la recuerden
tal y como es ahí, pura. Y espera volver para reclamarlo y volver a asegurar
que tiene un hogar.
sábado, 3 de mayo de 2014
Busco estrellas.
Hasta hace un rato estaba lloviendo. Una lluvia pasajera,
liviana, como tímidas gotas que piden permiso antes de llegar al piso. Me llamó
la atención, porque hace un rato yo estaba llorando. Allá afuera mis lágrimas
no valen nada, son otras saladas gotas de las demás. Diría que mis problemas
parecen chicos afuera, pero no son grandes en ningún lado; son mis problemas,
míos, por eso parecen grandes para mí, porque son lo único a lo que me puedo aferrar.
Aun así salgo afuera. No se siente bien, las gotas están frías.
Adentro hacía calorcito, quiero eso, pero tenemos que darnos lo que necesitamos
no lo que queremos.
Las tiernas gotas se veían bien desde adentro, pero son
frías e incómodas.
Me quedo un buen rato ahí, no puedo ver las estrellas, no
hay estrellas, solo nubes. Sí hay estrellas, allí están y vendrán. O no. Sí, sí
están.
Tienen que estar en algún lado.
No conforme con mi suposición abro la reja de mi casa, sin
molestarme en cerrarla corro lejos, todavía debajo de la lluvia, buscando.
Tienen que haber estrellas, tienen que estar en algún lado. Ya no hay lágrimas
en mi cara, o al menos creo que no hay, solo fría lluvia. Estoy incómodo, no me
gusta el agua, no me gusta la lluvia.
¿Dónde no están las nubes?
-¡Señora! –le grito a una mujer que estaba despidiendo a
quien parecía ser su hijo-, ¿dónde no están las nubes?
Me mira desconcertada, pobre. Habrá olvidado su juventud y
los momentos de las nubes sin motivo; oh, estúpido tú (estúpido yo), que cree
que no hay motivos.
-La juventud no justifica nada de eso –me digo entrecortadamente,
estoy corriendo hace mucho, correr me marea. Claro que no justifica las nubes.
Quizá deba pensar antes de gritarles a las pobres señoras que despiden a quien
parece ser su hijo. Quizá deba pensarlo dos veces antes de salir a correr bajo
la lluvia.
Ya esto acá, ¿sí? No queda otra, ya empecé a correr, ya
empecé a buscar las nubes, esta vez de verdad. Sentado, mientras miraba por la
ventana, también las buscaba aunque sin tantas ganas. Cualquiera busca sentado,
mirando por su ventana. Yo quiero correr a las nubes, quiero librarme de toda
duda.
La calle no se acaba, tampoco las nubes. Correr no es
divertido, tampoco perder la esperanza con cada sacudido paso. Brillos, luces y
altura. Un terriblemente grande edificio se pierde en las nubes. Brilla mucho.
Entro.
Ella me invita a subir a los asciendescensores:
-Pero me dan miedo –le confieso.
Me da la mano y sonríe.
[Sonido de asciendescensor (como el de los ascensores pero
más alto e insoportable)]
De alguna manera sigo sintiendo la lluvia, la terraza. No,
no siento la lluvia. Estamos llorando, los dos. Luces, brillantes pardas luces,
estrellas. Solo teníamos que subir, mucho pero subir.
¿Qué significa esa metáfora? Ni yo lo sé. ¿Mira arriba y
encontrarás la luz?
Solo sé que por esos minutos en los que estuvimos juntos y
nos tomamos de la mano no había ni una sola nube, ni una sola gota de lluvia.
Cuando bajé las gotas no era lo mismo, ya no eran frías, ya
no eran incómodas. Ella me acompañó a casa, entró, se quedó un rato, nos
quedamos juntos solo un ratito, un feliz ratito.
Nos quedamos juntos una feliz vida.
Probando cosítas.
Termina, ella ahuyenta mi odioso temor, ella alza mi orgullo terminalmente. Espero a mi odio temprano estando absorto, mientras
observo todos esos anacrónicos momentos.
Oh, todos están aullando mentiras; oh, todos están alegres, mirándonos.
Oh, todavía eres anhelada, mi obsesión tardía.
Estas acciones muestran orgullosas tétricos estados a mi osado,
tan estúpido, amor. Muestran orgullosas tantos encuentros (algún momento
olvidado) turbulentos, espejados, anteriores. Me observan, te estudian. Abren
mi obtuso tejado, están aquí, mientras otros te enseñan a mostrar odio.
Todos estos ardientes momentos, o todos estos ambiguos mecenas,
odian tu esperanza, arrancan mis ojos, tu electo amor.
Muchos odiamos.
Tierna, educada, amorosa, mi osado Tulipán. A mí, o todos, enamora.
Altísima mente, o temible altísima mente. Orgullosa, te extraño. Amor mortal
obstruido tanto. Este amor, mortal o terminable, adora mis osadía.
Termina, ella adora mi osadía.
Tal era aquella muchacha ordinaria.
miércoles, 23 de abril de 2014
Reflejos.
Cuando me bajé del remís ella ya estaba en la puerta, esperándome.
Nuestro saludo se enmudeció al oír el motor del destartalado Ford Uno y se vio
obligado a repetirse. Buen… <<brum>>… buenos días. Hol…
<<bruum>>… hola. La decorada casa nunca llegó a ser totalmente
acogedora para mí, aunque sí disfrutaba de estar ahí. Los viejos libros olían a
libros viejos, y mucho. Qué magnífica colección, debían de haber cientos de
ejemplares de todo tipo allí. Yo avanzo distraído por los libros, como siempre;
ella espera estática luego de cerrar la puerta, justo frente al espejo. Me
volteo, sus brazos se extienden hacia mí, la abrazo. Miro al espejo, la beso.
La beso solo en el espejo. Yo (mi yo del espejo) me sonrío a mí mismo, el
espejo se raja y ella no lo nota.
Estamos a solas, escucho a otro espejo quebrarse, solo que ahora no sé
dónde. Creo que la casa constaba de muchos espejos. El de la puerta, el del
escritorio, el del baño, probablemente muchos en las piezas y quizá algún otro,
escondido por algún lado. Uno, dos, tres y más. Mínimo tres. ¿Y cuántas
superficies que reflejan? <<Estás al horno>> me dice una cómica voz
desde muy profundo de mi coco. Su voz me ofrece sentarme en la silla pero solo
vamos a estar en la cocina el tiempo necesario, igual me siento. Pasados siete
minutos nos encontramos sentados en su cama (la de debajo de las dos, la de
menos peluches), ella con su té, yo con mi café. Conversamos como si creyéramos
que el otro no entenderá lo que decimos. Pequeños sorbos, grandes sorbos. Como
si nuestras apariencias fueran todo, somos tan profundos. No puedo ver el fondo
de mi café, este lo bloquea. Esperamos el momento en el que podamos ser
honestos, solo que todavía no llega. Una cuchara, dos de azúcar y un poco de
leche para el té, ¿el café? El café solo, por favor.
Los cuadros de la televisión se mueven lentamente, tanto que puedo
notar cuándo cambian. Ella parece no notarlo; cuadro, uno, dos, tres, cuadro.
La televisión se resquebraja, miro a su rostro, inmutable, delicado, real (por
ahora, creo. ¿Real? Espero).
Me acomodo sobre la manda, la gran puerta (o quizá no sea una puerta,
¿una pared corrediza tal vez?) da a la cocina. La mesa, las cuatro sillas
comunes (individuales, símbolo de la soledad para los que no les gusta estar
parados) y la doble, la heladera, la pileta para lavar los platos, el horno con
sus cuatro bebés escupidores de fuego y, por último, unos centímetros de
microondas (la puerta, o la no puerta, tapan el resto). Apenas unos centímetros
de microondas es lo necesario para ver el fuego en el reflejo, pero claro, no
hay fuego en realidad. El microondas muestra una rajadura, una lenta y creciente
rajadura, hace un poco más de calor (<< ¿o soy yo? >>, pienso
inoportunamente).
<<Crick>> (sí, el cristal no hace <<crack>>,
hace <<crick>>, todos lo saben), la tele se resquebraja más y
concluye con su funcionamiento, que en paz descanse. Ahora la muerta e incolora
programación es el reflejo de la cama, con nosotros dentro, claro, que apunta
hacia la televisión… ¿o la televisión apunta hacia nosotros? Los cuadros siguen
pasando lentamente.
Ella omite que la tele se rompió, quizá cree que yo la apagué. Nos
acostamos y recuesta su dulce cabecita sobre mí. Hablamos (ella quería dormir,
yo no tenía sueño… o quizá no quería quedarme a merced de los reflejos),
hablamos como siempre, apreciando temas de conversación y opinando. Siempre
aprecié esto, siempre lo hice, siempre. No aparto los ojos de ella, de su pelo,
de sus grandes y delineados ojos. Sé que no debo mirar a la televisión, sé que
muestra ese deleznable reflejo.
La conversación pasa desde que alguien le hizo el día imposible hasta
que alguien la desilusionó; desde que no le gusta el pescado cocido hasta que
me extrañó; desde que me siente raro hasta el empalagoso panqueque que se
comió. Creo que ya se va entendiendo la aleatoriedad de nuestra conversación,
de un hilo de divagación. Me doy cuenta que sus ojos me han hipnotizado, eso es
la verdadera belleza, sus ojos son juventud. Pero… ¿qué es eso en el reflejo?
<<Tarado,>>, dice de nuevo la cómica vocecita, << miraste al
reflejo>>. Sonidos de censura suenan en mi cabeza mientras maldigo a todo
lo que existe. Sus ojos, su particular color pardo favorece que el reflejo sea
más fácil de ver. Soy yo, mis labios muestran, dictan una frase que cualquiera
puede reconocer. A ver… las formas de la boca con respecto a las vocales: *e
a*o. Fácil. Lo dice, yo lo digo, mi yo reflejado, lo veo. Lo repite tantas
veces como quiere, tantas como las necesita; por un momento me siento celoso.
Escucho a un espejo romperse, el del baño, probablemente. Necesitaba decírselo,
<<crick>>, lo necesito, él y yo. Necesito pedirme ayuda, necesito
tener el mismo valor que yo (el yo de sus ojos).
Los espejos se siguen resquebrajando, seguimos hablando, ya no sé de
qué, sus ojos me distraen de todo. Son tan grandes, los amo. La televisión se
resquebraja (más). Yo no puedo, ¿qué pasaría?, ¿amarnos?, ¿amarla?
<<Crick>>, me hundo en sus ojos, reviento de placer. El yo espejíl
sonríe.
-Te amo –digo.
Se escucha a la televisión romperse, sus ojos se cristalizan, se
resquebraja y se rompen al mismo tiempo que la ventana del remís.
<<Crick>>
-¡La puta madre! –grita el remisero.
Repito: Buen… <<brumcrick>>… buenos días. Hol…
<<bruumcrick>>… Hola. Entro, me gusta la decoración, el olor a los
viejos libros. Ella está parada, estática luego de cerrar la puerta, justo al
lado de donde había un espejo. Sus labios se ven tan… tan… cercanos. Me acerco
un poco más y <<crick>>.
lunes, 21 de abril de 2014
Sueño.
Esta mañana feliz me desperté,
fue otro de tantos hechos que estremecen mi corazón.
Con un mundo para nosotros soné,
un mundo de paz y compasión.
Como cuando el hombre la tierra prometida ve,
una hermosa sonrisa fue tu reacción.
En realidad, la hermosa sonrisa que relaté,
no era menos que tu deliciosa sonrisa sin comparación.
La etérea obra del pincel de cabellos de ángel,
así te vi, en nuestro mundo, en la sombra sentada.
Me oyes, me miras, me invitas a sentarme junto al laurel,
pienso que eres la única maravilla jamás creada.
“Gracias” me dices entre una emocionada sonrisa
y una imagen se queda atrapada en mi mente:
Tu imposible cabello se encuentra con la brisa;
Tus ojos se tornan de ese verde resplandeciente,
como manantiales roban a mi corazón, lo toman de mi camisa,
le otorgan un lugar para vivir felizmente,
mientras tu blanca y perfumada piel me abraza.
Una hermosa voz dicta un “Te amo”, comúnmente
dirijo mi mirada a tu sonrisa.
Yo también te amo a ti, ilusión divina,
yo también necesito de tu risa.
Yo también necesito de ti, amada mía,
ya que en un arrebato de pasión, “Te amo” solo a ti te lo diría.
martes, 15 de abril de 2014
¿Cómo saber si estás enamorado?
Anoche tomé una pequeña entrevista orientadora. Encontré su
anuncio en la calle, parecía obra del destino que dictara justo lo que yo
necesitaba: “¿Cómo saber si estás enamorado?”.
-Perfecto –dije mientras arrancaba uno de los múltiples
papelitos danzarines que colgaban del papelito más grande.
Llegué a mi casa y olvidé de este papelito. Aunque, de
alguna mágica manera, apareció sobre el teclado de mi computadora. Lo vi,
intenté recordar qué era. Cuando lo hice tomé el teléfono y me dispuse a llamar.
-4, 4, 2, 3, 1, 2, 5 y 4 –cada vez que decía un número me
acompañaba el común “bip” de todos los teléfonos. Excepto cuando presioné el
cinco, esa tecla se había roto hace mucho.
El tono de espera se había vuelto la banda sonora de mi obra
mental, la titulé: “¿Qué le pasó al cinco?”. Cuatro, bip; cuatro, bip; dos,
bip; tres, bip; uno, bip; dos, bip; cinco; y cuatro, bip.
-Hola, muy buenas tardes señor –el teléfono comenzó a hablar
-. Gracias por llamar a –en este momento la agradable y mecánica voz del hombre
se convirtió, sólo por una frase, en una dulce y joven voz de mujer-: “¿Cómo
saber si estás enamorado?” –ahora la joven volvió a permanecer en silencio,
pero en mi mente seguía esa familiar voz -. Por favor, espere y será atendido
por uno de nuestros operarios. Muchas gracias.
La voz de la dulce y joven volvió sólo para soltar cuatro
frases:
-¿Puedes describir cuánto la quieres?
-No –contesté firmemente, nunca pude, simplemente va más
allá del dominio humano sobre las lenguas.
-¿De verdad piensas que su vida sería mejor contigo en ella?
Piensa, piensa.
-Sí.
-¿Prometes que no la harás sufrir?
-Lo prometo, Voz del Teléfono.
-Disfruta del amor, querido –la voz le dio paso al otro
tono, el tono del final de mi incursión en la entrevista.
Y estoy aquí, parado en el portal de tu casa, sin tocar el
timbre, sin tocar la puerta, sin hacerme notar, pensando: ¿Qué responderías
vos?
lunes, 14 de abril de 2014
Carmín, carmín.
¿En qué creo? Yo creo en una rosa. En un carmesí que en su
rostro brilla. En unos labios de carmín que alguna noche soñé que me besaban.
Son lo primero que veo cada noche y lo último que veo cada mañana.
Mi mundo se
tiñe de rojo cuando ella sonríe, cuando el carmín baila entre nuestros labios.
Cada segundo se convierte en minuto, cada beso en amor. ¿Quién no quiere vivir
en sus sueños?, ¿quién no desea tener la fuerza para que estos se hagan
realidad?
Yo elijo creer en esto, en que tengo la fuerza, en que existen las
oportunidades, en que ningún momento es el último. Yo creo en un rojo
esperanzador que anhelo ver en la realidad algún día ¿En qué crees tú? ¿Qué
pasa con el carmín cuando no está en tus labios?
lunes, 13 de enero de 2014
Nostalgia
La pequeña sabía
que por qué estaba ahí. No le dijo a nadie pero lo sabía.
Ella no se
sorprendió al ver que había llegado allí. Ella no se sorprendió al ver que en
sueños podría conocer esa ciudad.
Habitada por
tantos, ignoraban quién era ella, solo la miraban morbosamente. Caminó entre
tanta gente vacía que sintió ganas de vomitar. A nadie le importaba quién era
el otro, todos absortos en su cabeza, en sus problemáticas vidas.
La pequeña
corrió hacía callejones oscuros, donde los techos estaban tan juntos que no
entraba un rayo de luz de luna. Oyó una voz, corrió y llego a la luz, jadeando,
asustada. La gente se la llevaba por delante, no quería estar más allí.
Vio luz y de la
oscuridad rehuyó. Era un local de comida. Entró, se sentó y conoció a muchos
habitantes, todos diferentes de cada uno y, más que nada, de los que vivían
afuera.
Encontraba
alivio comiendo los platos que el chef cocinaba especialmente para ella. De
hecho, vivía ahí, en ese local que nunca cerraba. Conoció a varios otros
comensales, algunos entraban y se quedaban, otros solo daban media vuelta y se
iban.
Nuestra
protagonista crecía a lo largo de su estadía en esa ciudad. Una noche no había ninguno de quienes ella
llamaba “Los otros clientes”, esos que no se quedaban a compartir la paz de ese
lugar. La pequeña, inocente como era, decidió entrar a la cocina para ver al
chef, a quien nunca le había visto nunca.
Dentro de la
cocina no encontró a ningún chef, solo montones de platos listos en varias
mesas. Conocía esos platos, ya los había probado todos, amaba esos platos. Se
acercó, solo para probar un poco de la tarta de atún, tomó un cuchillo de uno
de los cajones y cortó una porción de tarta.
-¿Por qué me
lastimas? –dijo penosamente la tarta de atún.
-Disculpe señora
tarta –decía la pequeñita, bastante atónita -, de donde yo vengo las tartas no
tienen vida y solo son para comer –
-¿No tienen
vida? ¿De qué clase de blasfemo lugar vienes tú? ¡Todas vivimos y nos devoran sin
parar! –gritaba la tarta. La pequeña no entendía cómo ninguno de los comensales
venía a ver qué era todo este griterío.
-Perdón, no
pretendía decir eso así. Tengo que irme –le decía la pequeña mientras sacudía
sus rubios cabellos fuera de esa cocina -. Perdón.
-¡Ahora vuelve y
termina mi sufrimiento! ¡Mátame! ¡Mátame! –gritaba la tarta mientras la pequeña
corría fuera de la cocina, sus gritos se desvanecieron hasta no llegar a los
oídos de la pequeña.
Jadeando se
reincorporó, había corrido durante mucho tiempo, de hecho, había dejado atrás
el local de comida. Ahora sí que no sabía dónde se encontraba.
Una vez más vio
luz, una vez más corrió hacia ella, pero esta vez una sombra se interpondría y
cerraría la puerta hacia la luz. Una vez más ella lloraría hasta dormirse en la
oscuridad. Todo ese sufrimiento para despertar otra vez en la oscuridad, nada
había cambiado. No podía verse sus manos ni sus pies. Escuchó a alguien
respirar en la oscuridad. Lloró hasta que durmió en el duro suelo otra vez.
Soñó estar otra
vez en el local de comida, soñó que nada la había hecho huir, soñó que vivía en
una necia felicidad. Lastimosamente despertó y volvió a la realidad, a la
oscuridad en la que estaba viviendo.
Pidió a nadie
que la saquen de allí, que la salven. Pidió luz por una vez.
Los días se
tornaron en puros llantos y sustos. Algo se movía de a poco en la oscuridad.
Una vez algo la lamió. Ella sí que no entendía por qué pasaba todo esto, qué
había hecho para merecer esto.
En el momento en
el que escapó encontró que nada hacía ruidos, encontró también que una leve
corriente de aire le golpeaba el cuello.
Corrió hacia la
corriente de aire, sintiéndolo cada vez más en su rostro, cada vez empujaba
más. Corrió y el aire llegó al punto en que su cuerpo se empezaba a despegar
del suelo, pero ella no se rendiría. El viento la separó de la tierra, ella
voló, salió por el otro lado de la oscuridad y cayó en un pequeño lago de agua
cristalina. En el fondo yacían los huesos de aquellas pequeñas que no sabían
nadar. Dio el caso en que nuestra protagonista tampoco sabía.
La pequeña alabó
neciamente a quien había saltado al lago para salvarla. Empezaba a hundirse y
pudo ver qué la estaba yendo a “buscar”, no a salvar.
Creyó que era
una hermosa niña, pero mirando atentamente descubrió cuán robóticos parecían
sus movimientos, cuán vacíos eran sus ojos. La muñeca nadaba mucho más rápido
que cualquier cosa que hubiera visto nuestra pequeña, la cual se estaba
hundiendo cada vez más. Llegó al fondo, la muñeca se acercaba, los huesos la
tocaban, de hecho, los huesos la tomaban y la arrastraban hacia abajo.
La muñeca casi
la agarra, los huesos la salvaron,
creían que otra niña muerta sería una lástima. También lo sería otra niña
convertida en muñeca, solo con el fin de estar almacenada en el armario de Ese
que Respiraba en la Oscuridad.
Los esqueletos
le ofrecieron un hogar, ella quería volver de donde venía, de su cama. Además
el miedo de la pequeñita era cada vez más obvio. No confiaba en esos
esqueletos.
La pequeña miró
hacia arriba y lloró por ayuda, no podía soportarlo más. La tomé de su mano y
la saqué de ahí.
Ella no sabía
quién era yo, ya no podía seguir escribiendo su historia, mi cabeza me mataba.
Recuerdo que ningún rincón de la habitación estaba limpio, había escrito por
días. Mi pequeña creación corrió hacía mí, me confundió con alguien que
conocía. La abracé y se desmayó. La acosté en la cama de la habitación para huéspedes y me senté en el
frente de la casa.
El bosque me
daba tanta paz, la luz de la luna entrando por las barandas de madera, las
sombras aparentando ser todo y siendo siempre nada, las estrellas en el
firmamento; los rayos de sol pasando entre los árboles, me quedé dormido. Fui a
buscar a mi invitada, a mi creación, aquella que alguna vez había conocido hace
mucho tiempo, cuando fui un niño.
Estaba dormida, ya
había crecido bastante, ya casi era una mujer, igual que cuando la conocí.
Fueron hace muchos años, ya estoy muy viejo como para recordarlo. Puedo notar
que ha acomodado la desordenada habitación ¿Cuándo lo hizo? Quizás antes de
dormirse, era muy obsesiva con eso… creo. Ya lo he dicho, estoy muy viejo.
Se despierta, no
sabe dónde está, pobrecita. Le he traído su desayuno, dulces. Quiero consentirla,
a ella le gustaba que fuera así.
Me pregunta
quién soy y por qué ella está aquí. Me pregunta si todo fue un sueño y si lo
sigue siendo. No para de preguntar. Quiere saber qué le pasó a su cuarto, a sus
peluches, a sus padres. Quiere estar segura de que todos estén bien, de que
todo esté ordenado.
No sé por dónde
empezar, hace años que no hablo con alguien de su edad ¿Cuántos tendrá? ¿Diez y
seis como mucho?
¿Podría aguantar
la verdad?
Le digo que la
encontré caminando por el bosque sonámbula, sola. Que decidí ayudarla y que,
para que no se preocupe, ya había notificado a la policía.
Se nota que no quiere
estar aquí. Soy un viejo nostálgico nada más, solo quería verla una vez más
antes de irme.
Al día siguiente
me despierto para ver que está parada en la puerta de la habitación, esperándome.
Me dice que sabe que todo es mentira. Me vuelve a preguntar por qué está acá.
Tomo la libreta
que está al lado de mí cama y comienzo a escribir. Pero antes me despido de
ella, le doy un beso en la frente y la abrazo. Está desconcertada, ya no
molestaré más querida mía.
Nuestra
protagonista vio cómo todo se tornaba negro, millones de recuerdos pasaron por
su cabeza, recuerdos que aún no había vivido. La casa del viejo se derrumbó, dejándolo
a él morir adentro. La no tan pequeña escapó. Corrió por el bosque, vio la
madriguera del conejo y se metió.
La pequeña
despertó en un mercado cerca de su casa, recordó que estaba haciendo las
compras, quería cocinar algo especial para alguien. Muffins serían ésta vez.
Compró sus ingredientes y volvió a casa para cocinar.
Todo estaba
ordenado, todos estaban bien. Cuando su invitado llegó tuvo un leve recuerdo de
un anciano, aunque nunca supo por qué. Merendaron y pasaron la tarde hablando
de cosas de adolescentes. Se despidieron y nuestra protagonista volvió a su
vida normal.
En esos momentos
no pudo entender quién era el viejo, solo sabía que cuando ella era feliz, el
viejo también lo era. Fuera quien fuese, estuviera donde estuviese.
miércoles, 8 de enero de 2014
Relato Para Una Niña
Desperté sobre un
extenso páramo verde, no hay absolutamente nadie a mi alrededor. Me levanto y
parto rumbo hacia una montaña que veo en la distancia.
Mientras estoy
caminando me pregunto cómo llegué a este lugar de cielo despejado. Me choco con
un árbol, no sé de dónde apareció, es muy grande. El árbol es tan grande que
tengo que caminar durante unos buenos cinco minutos para poder darle la vuelta.
Una vez del otro lado sigo caminando pero algo se apodera de mi atención,
escucho algo arriba, en las ramas del árbol. Siento un golpe en la cabeza y me
desmayo.
Despierto sin idea de
dónde estoy, otra vez, mi vista está nublada. Creo ver unas personas con muy
peludas y oscuras. Me refriego los ojos con las manos y veo a una familia de
monos de chocolate, muy cómodos con sus muebles de madera. Miro hacia abajo,
estoy sentado en un sillón de madera muy bien acolchado, la ventana me muestra
que esto es una casa en el árbol.
Un mono de chocolate
se me acerca para tomar mi mano y llevarme a la mesa, con el resto de su
familia. Empieza a hablar en idioma mono de chocolate, lo entiendo
perfectamente. Me explica que no soy de este lugar, que nunca ha visto nada como
yo y que, si no me apresuro, no podré volver a casa.
Ceno con la familia,
insisten en que pase la noche allí y que a la mañana parta hacia la montaña,
que esa es la puerta a casa.
Me despierto a la
mitad de la mañana, no veo a los monos de chocolate, los oigo gritar fuera de
la casa. Lo peor es el motivo por el que despierto, la casa está llena de humo,
el árbol se incendia. La puerta está cubierta de fuego, también la escalera de
emergencia. Salgo por la ventana, hay varios metros hasta el pisto, los monos
de chocolate están allí, observándome. Subo por las ramas del árbol hasta
encontrar una enorme hoja, me cuelgo de esta hasta que se desprende del árbol.
Para cuando me doy
cuenta me he alejado mucho del árbol, usé la hoja para planear fuera del incendio,
el humo me levantó por lo que pude alcanzar una gran distancia. No sé qué ha
sido de los monos de chocolate.
Caminando llego a un
pueblo, los habitantes se sorprenden al verme, son muy parecidos a un conejo.
Los habitantes son conejos rechonchos, con y todos, absolutamente todos, tienen
una larga y sedosa cabellera rubia. Ellos no caminan, ellos ruedan. No existen
las escaleras en ese pueblo, solo rampas. Las puertas son redondas y los
habitantes felices, casi siempre comiendo.
Uno de ellos se acerca
y empieza a hablar con un increíble buen español: -Muy buenos días. Para llegar
de nuevo a su hogar debe seguirme hacia la montaña, allí podrá volver-. Sigo al
habitante rodador hasta la montaña, hay una puerta de piedra cuyo ignoto
interior me intriga. “¿Será mi salida?” pienso mientras el Sr Conejo Rodador
usa su pelo (que al parecer puede mover como sus extremidades) para abrir un
cerrojo con una llave negra.
La puerta se abre
haciendo un ruido insoportable, el Sr Conejo Rodador me mira, esperando a que
entre. Está muy oscuro, no quiero entrar. El Sr Conejo Rodador está por decir
algo pero unos gritos provenientes del pueble lo interrumpen.
Ahora sé qué le pasó
a la casa-árbol de los monos de chocolate, un enorme y rojo dragón surca los
cielos en nuestra dirección. El Sr Conejo Rodador y yo nos miramos al mismo
tiempo que la puerta se empieza a cerrar. Corremos hacia ella, no, corrijo.
Corro hacia ella mientras el Sr Rodador rueda con una velocidad increíble. Una
vez dentro nos damos media vuelta para ver como el dragón mete su boca por la
puerta que todavía no se había cerrado.
Cuando el dragón
comienza a toser temo lo peor, nos escondemos a un lado de la puerta justo a
tiempo para que la ardiente llamarada que despide el dragón no nos queme. El dragón
se corre y la puerta se cierra.
Más malas noticias,
la llamarada del dragón ha iluminado el lugar por unos segundos… es decir, ha
despertado a lo que vive dentro de la montaña, prefiero volver con el dragón.
Dos enormes y
brillantes ojos se ven dentro de la montaña, el cuerpo de ese ser despide luz
desde varios agujeros. Pronto me doy cuenta que es una especie de fuego azul.
Gracias a esto toda la cueva dentro de la montaña se revela, el inmenso
precipicio dónde está parado ese ser se revela y su cabeza, junto con sus dos
gigantes manos también.
El Sr Conejo Rodador
está llorando, saca una bolsa de caramelos de su bolsillo y come treinta y
cuatro sin parar. El dragón rompe la puerta, mira al ser, el ser lo mira, el
dragón vuelve por dónde vino, nosotros también, el ser ruje.
Corro fuera de la
montaña, no tengo idea de cómo regresar a mi hogar. Es de noche, los habitantes
de la noche están por todos lados. La montaña se destruye, el ser saca su
enorme cuerpo de allí. No sé qué hacer.
Me doy media vuelta
para ver al Sr Conejo Rodador, este ha crecido, tiene el tamaño del ser, me
toma con su pelo y me deposita en su oreja. El ser nos mira, nos enfrenta. El
Sr Rodador está decidido, el ser se prepara para pelear. En un abrir y cerrar
de ojos el Sr Rodador empieza a girar a una velocidad increíblemente alta, yo
estoy bien agarrado de su oreja pero está girando muy rápido.
Mi amigo me toma con
su cabellera y usando la velocidad acumulada me lanza a uno de los agujeros
flameantes del ser, vuelo en contra de mi voluntad y caigo en el agujero, las
llamas me rodean.
Antes de poder sentir
a las llamas quemándome caigo en un estanque de agua cristalina que se
encuentra dentro del ser, muy en el fondo veo una compuerta, tomo aire y voy
hacia ella. Mientras intento llegar a la compuerta veo calamares negros a mi
alrededor, intentan tomarme pero me libero con mucha dificultad. Abro la
compuerta y todo este mundo se drena.
Estoy en la nada,
todo es oscuro, el piso es muy duro y de un color negro muy opaco. Escucho una
voz, veo a mi gato acercándose:
-Parece que has recorrido un largo camino para llegar aquí,
y lo valdrá, solo en este lugar podrás entender lo que digo así que aprovecharé
para comentarte algo. Tengo hambre- Dijo con una voz ceremoniosa y grave.
Me agacho e intento tomarlo pero se desvanece, todo se
desvanece.
Me despierto, he desarmado toda la cama y mis peluches se
cayeron al piso. Empiezo a caminar por la casa, todo está normal. Encuentro el
tazón de comida de mi gato, él está abajo, me mira y maúlla, tiene hambre.
viernes, 3 de enero de 2014
Pasto Rosa
Camino por un páramo,
el paso es rosa, los arbustos amarillos; el cielo rojo, las nubes no existen,
estoy solo.
No tengo la menor idea
de cómo llegué este lugar. Ni que me importara, solo me dedico a caminar.
El pasto es el del
bueno, el que no se te mete en los zapatos, el que no molesta. Llego a un
poblado. Los pobladores son inútiles figuras de arcilla, los animales hacen su
propia voluntad alrededor de las casas. Las puertas están cerradas.
La puerta abierta
pertenece a una cabaña de troncos color uva, los lamo esperando que tengan
sabor a eso, a uva. Que decepción, madera, asco. Entro en la casa, no hay
pobladores, salgo de modo que llego a otro poblado, pero sus casas rojas me dan
una mala impresión así que sigo caminando por el solitario pasto.
Una brisa, algo
cambia. Puedo oler algo. Estoy seguro de que no es sangre.
Raro fue ver a esa
clase de mujer en esa clase de lugar, durmiendo en ese pasto. Me acuesto sobre
su pecho. No puedo ver sus facciones, menos su pelo. De hecho, no puedo verla,
al parecer me quedé dormido.
Encuentro una nota
sobre mi regazo que dicta lo siguiente: “Gracias por la cita. Me hubiera
gustado que viviéramos juntos por siempre, solo que, yo tampoco me veo ¿Quiénes
somos amándonos?”. Profiero una palabrota y golpeo el pasto. Rápidamente me
disculpo con él, no tiene la culpa de esto, solo es pasto. “Perdón, pastito
mío, fue la ira del momento, no me abandones. Perdón, no otra vez. Perdón… No…”.
El pasto parece
enojado, decido seguir caminando, esperaré a que se le pase.
Veo un desolado lugar
a la distancia el cual evito rápidamente. Me topo con un bosque, camino y llego
a un claro.
Una gran roca yace en
el medio, varias alrededor, todo tiene un aire a ritual pagano primigenio. No
me equivocaba al parecer.
Los indígenas copan
el lugar y yo me sumo a ellos en el ritual. Cuando el asunto se empieza a poner
más difícil me voy.
Robé uno de los
caballos de los indígenas y me dirigí a una ciudad subacuática que encontré
entre el pasto rosada. Todo es azul.
No paso mucho tiempo
allí, los seres que habitan esos lares son imponentes, sin mencionar que muy
peligrosos también.
Una vez en el pasto
veo un dragón volar. No, no ese dragón, uno del estilo oriental. Baja y se
sitúa ceremoniosamente frente a mí.
“¿Qué pasa acá?” Me
dice. Le explico que según el molde de los cuentos él me tenía que dejar una metáfora,
enseñanza; una epifanía, cualquier cosa de esa índole.
“Ah, bien. Em, bueno,
sí. No soy muy bueno en esto, ¿sí? No me apures. ¡Ah sí!” Cuando termina de
decir estas palabras gira rápidamente y me golpea en el estómago con su cola,
luego se desvanece en los aires.
He vomitado mi
corazón. Nunca fui muy normal pero, ¿Hielo, de verdad? ¿Mi corazón está
congelado? Por favor, Señor Dragón Oriental ambos sabemos que eso es mentira.
Él ya no está, se fue sabiendo que discutiría esto, que idiota.
Me paso discutiendo
un tiempo sobre un tópico fascinante que ya no recuerdo. Luego me pregunto el por
qué de la metáfora del Señor Dragón, pero luego me olvido y sigo caminando.
Veo a la señorita que
estaba dormida en el pasto, está corriendo. Corro detrás de ella hasta
alcanzarla, toco su hombro para llamar la atención y le pregunto: “¿Sabes por
qué mi corazón es hielo?”. Me mira, se abalanza sobre mí, besándome, y
desaparece.
“Mierda” No golpeo al
pasto.
Me acuesto en el
suelo y dejo el tiempo pasar, el pasto crece sobre mí, las raíces me toman.
Termino siendo más pasto rosa. Termino esperando a alguien que se recueste
conmigo. Termino yaciendo en paz, de una puta vez por todas.
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