miércoles, 23 de abril de 2014

Reflejos.

Cuando me bajé del remís ella ya estaba en la puerta, esperándome. Nuestro saludo se enmudeció al oír el motor del destartalado Ford Uno y se vio obligado a repetirse. Buen… <<brum>>… buenos días. Hol… <<bruum>>… hola. La decorada casa nunca llegó a ser totalmente acogedora para mí, aunque sí disfrutaba de estar ahí. Los viejos libros olían a libros viejos, y mucho. Qué magnífica colección, debían de haber cientos de ejemplares de todo tipo allí. Yo avanzo distraído por los libros, como siempre; ella espera estática luego de cerrar la puerta, justo frente al espejo. Me volteo, sus brazos se extienden hacia mí, la abrazo. Miro al espejo, la beso. La beso solo en el espejo. Yo (mi yo del espejo) me sonrío a mí mismo, el espejo se raja y ella no lo nota.
Estamos a solas, escucho a otro espejo quebrarse, solo que ahora no sé dónde. Creo que la casa constaba de muchos espejos. El de la puerta, el del escritorio, el del baño, probablemente muchos en las piezas y quizá algún otro, escondido por algún lado. Uno, dos, tres y más. Mínimo tres. ¿Y cuántas superficies que reflejan? <<Estás al horno>> me dice una cómica voz desde muy profundo de mi coco. Su voz me ofrece sentarme en la silla pero solo vamos a estar en la cocina el tiempo necesario, igual me siento. Pasados siete minutos nos encontramos sentados en su cama (la de debajo de las dos, la de menos peluches), ella con su té, yo con mi café. Conversamos como si creyéramos que el otro no entenderá lo que decimos. Pequeños sorbos, grandes sorbos. Como si nuestras apariencias fueran todo, somos tan profundos. No puedo ver el fondo de mi café, este lo bloquea. Esperamos el momento en el que podamos ser honestos, solo que todavía no llega. Una cuchara, dos de azúcar y un poco de leche para el té, ¿el café? El café solo, por favor.
Los cuadros de la televisión se mueven lentamente, tanto que puedo notar cuándo cambian. Ella parece no notarlo; cuadro, uno, dos, tres, cuadro. La televisión se resquebraja, miro a su rostro, inmutable, delicado, real (por ahora, creo. ¿Real? Espero).
Me acomodo sobre la manda, la gran puerta (o quizá no sea una puerta, ¿una pared corrediza tal vez?) da a la cocina. La mesa, las cuatro sillas comunes (individuales, símbolo de la soledad para los que no les gusta estar parados) y la doble, la heladera, la pileta para lavar los platos, el horno con sus cuatro bebés escupidores de fuego y, por último, unos centímetros de microondas (la puerta, o la no puerta, tapan el resto). Apenas unos centímetros de microondas es lo necesario para ver el fuego en el reflejo, pero claro, no hay fuego en realidad. El microondas muestra una rajadura, una lenta y creciente rajadura, hace un poco más de calor (<< ¿o soy yo? >>, pienso inoportunamente).
<<Crick>> (sí, el cristal no hace <<crack>>, hace <<crick>>, todos lo saben), la tele se resquebraja más y concluye con su funcionamiento, que en paz descanse. Ahora la muerta e incolora programación es el reflejo de la cama, con nosotros dentro, claro, que apunta hacia la televisión… ¿o la televisión apunta hacia nosotros? Los cuadros siguen pasando lentamente.
Ella omite que la tele se rompió, quizá cree que yo la apagué. Nos acostamos y recuesta su dulce cabecita sobre mí. Hablamos (ella quería dormir, yo no tenía sueño… o quizá no quería quedarme a merced de los reflejos), hablamos como siempre, apreciando temas de conversación y opinando. Siempre aprecié esto, siempre lo hice, siempre. No aparto los ojos de ella, de su pelo, de sus grandes y delineados ojos. Sé que no debo mirar a la televisión, sé que muestra ese deleznable reflejo.
La conversación pasa desde que alguien le hizo el día imposible hasta que alguien la desilusionó; desde que no le gusta el pescado cocido hasta que me extrañó; desde que me siente raro hasta el empalagoso panqueque que se comió. Creo que ya se va entendiendo la aleatoriedad de nuestra conversación, de un hilo de divagación. Me doy cuenta que sus ojos me han hipnotizado, eso es la verdadera belleza, sus ojos son juventud. Pero… ¿qué es eso en el reflejo? <<Tarado,>>, dice de nuevo la cómica vocecita, << miraste al reflejo>>. Sonidos de censura suenan en mi cabeza mientras maldigo a todo lo que existe. Sus ojos, su particular color pardo favorece que el reflejo sea más fácil de ver. Soy yo, mis labios muestran, dictan una frase que cualquiera puede reconocer. A ver… las formas de la boca con respecto a las vocales: *e a*o. Fácil. Lo dice, yo lo digo, mi yo reflejado, lo veo. Lo repite tantas veces como quiere, tantas como las necesita; por un momento me siento celoso. Escucho a un espejo romperse, el del baño, probablemente. Necesitaba decírselo, <<crick>>, lo necesito, él y yo. Necesito pedirme ayuda, necesito tener el mismo valor que yo (el yo de sus ojos).
Los espejos se siguen resquebrajando, seguimos hablando, ya no sé de qué, sus ojos me distraen de todo. Son tan grandes, los amo. La televisión se resquebraja (más). Yo no puedo, ¿qué pasaría?, ¿amarnos?, ¿amarla? <<Crick>>, me hundo en sus ojos, reviento de placer. El yo espejíl sonríe.
-Te amo –digo.
Se escucha a la televisión romperse, sus ojos se cristalizan, se resquebraja y se rompen al mismo tiempo que la ventana del remís.
<<Crick>>
-¡La puta madre! –grita el remisero.

Repito: Buen… <<brumcrick>>… buenos días. Hol… <<bruumcrick>>… Hola. Entro, me gusta la decoración, el olor a los viejos libros. Ella está parada, estática luego de cerrar la puerta, justo al lado de donde había un espejo. Sus labios se ven tan… tan… cercanos. Me acerco un poco más y <<crick>>.

lunes, 21 de abril de 2014

Sueño.

Esta mañana feliz me desperté,
fue otro de tantos hechos que estremecen mi corazón.
Con un mundo para nosotros soné,
un mundo de paz y compasión.

Como cuando el hombre la tierra prometida ve,
una hermosa sonrisa fue tu reacción.
En realidad, la hermosa sonrisa que relaté,
no era menos que tu deliciosa sonrisa sin comparación.

La etérea obra del pincel de cabellos de ángel,
así te vi, en nuestro mundo, en la sombra sentada.
Me oyes, me miras, me invitas a sentarme junto al laurel,
pienso que eres la única maravilla jamás creada.

“Gracias” me dices entre una emocionada sonrisa
y una imagen se queda atrapada en mi mente:
Tu imposible cabello se encuentra con la brisa;
Tus ojos se tornan de ese verde resplandeciente,
como manantiales roban a mi corazón, lo toman de mi camisa,
le otorgan un lugar para vivir felizmente,
mientras tu blanca y perfumada piel me abraza.
Una hermosa voz dicta un “Te amo”, comúnmente
dirijo mi mirada a tu sonrisa.

Yo también te amo a ti, ilusión divina,
yo también necesito de tu risa.
Yo también necesito de ti, amada mía,

ya que en un arrebato de pasión, “Te amo” solo a ti te lo diría.

martes, 15 de abril de 2014

¿Cómo saber si estás enamorado?

Anoche tomé una pequeña entrevista orientadora. Encontré su anuncio en la calle, parecía obra del destino que dictara justo lo que yo necesitaba: “¿Cómo saber si estás enamorado?”.
-Perfecto –dije mientras arrancaba uno de los múltiples papelitos danzarines que colgaban del papelito más grande.
Llegué a mi casa y olvidé de este papelito. Aunque, de alguna mágica manera, apareció sobre el teclado de mi computadora. Lo vi, intenté recordar qué era. Cuando lo hice tomé el teléfono y me dispuse a llamar.
-4, 4, 2, 3, 1, 2, 5 y 4 –cada vez que decía un número me acompañaba el común “bip” de todos los teléfonos. Excepto cuando presioné el cinco, esa tecla se había roto hace mucho.
El tono de espera se había vuelto la banda sonora de mi obra mental, la titulé: “¿Qué le pasó al cinco?”. Cuatro, bip; cuatro, bip; dos, bip; tres, bip; uno, bip; dos, bip; cinco; y cuatro, bip.
-Hola, muy buenas tardes señor –el teléfono comenzó a hablar -. Gracias por llamar a –en este momento la agradable y mecánica voz del hombre se convirtió, sólo por una frase, en una dulce y joven voz de mujer-: “¿Cómo saber si estás enamorado?” –ahora la joven volvió a permanecer en silencio, pero en mi mente seguía esa familiar voz -. Por favor, espere y será atendido por uno de nuestros operarios. Muchas gracias.
La voz de la dulce y joven volvió sólo para soltar cuatro frases:
-¿Puedes describir cuánto la quieres?
-No –contesté firmemente, nunca pude, simplemente va más allá del dominio humano sobre las lenguas.
-¿De verdad piensas que su vida sería mejor contigo en ella?
Piensa, piensa.
-Sí.
-¿Prometes que no la harás sufrir?
-Lo prometo, Voz del Teléfono.
-Disfruta del amor, querido –la voz le dio paso al otro tono, el tono del final de mi incursión en la entrevista.

Y estoy aquí, parado en el portal de tu casa, sin tocar el timbre, sin tocar la puerta, sin hacerme notar, pensando: ¿Qué responderías vos?

lunes, 14 de abril de 2014

Carmín, carmín.

  ¿En qué creo? Yo creo en una rosa. En un carmesí que en su rostro brilla. En unos labios de carmín que alguna noche soñé que me besaban. Son lo primero que veo cada noche y lo último que veo cada mañana. 
  Mi mundo se tiñe de rojo cuando ella sonríe, cuando el carmín baila entre nuestros labios. Cada segundo se convierte en minuto, cada beso en amor. ¿Quién no quiere vivir en sus sueños?, ¿quién no desea tener la fuerza para que estos se hagan realidad? 

  Yo elijo creer en esto, en que tengo la fuerza, en que existen las oportunidades, en que ningún momento es el último. Yo creo en un rojo esperanzador que anhelo ver en la realidad algún día ¿En qué crees tú? ¿Qué pasa con el carmín cuando no está en tus labios?