Cuando me bajé del remís ella ya estaba en la puerta, esperándome.
Nuestro saludo se enmudeció al oír el motor del destartalado Ford Uno y se vio
obligado a repetirse. Buen… <<brum>>… buenos días. Hol…
<<bruum>>… hola. La decorada casa nunca llegó a ser totalmente
acogedora para mí, aunque sí disfrutaba de estar ahí. Los viejos libros olían a
libros viejos, y mucho. Qué magnífica colección, debían de haber cientos de
ejemplares de todo tipo allí. Yo avanzo distraído por los libros, como siempre;
ella espera estática luego de cerrar la puerta, justo frente al espejo. Me
volteo, sus brazos se extienden hacia mí, la abrazo. Miro al espejo, la beso.
La beso solo en el espejo. Yo (mi yo del espejo) me sonrío a mí mismo, el
espejo se raja y ella no lo nota.
Estamos a solas, escucho a otro espejo quebrarse, solo que ahora no sé
dónde. Creo que la casa constaba de muchos espejos. El de la puerta, el del
escritorio, el del baño, probablemente muchos en las piezas y quizá algún otro,
escondido por algún lado. Uno, dos, tres y más. Mínimo tres. ¿Y cuántas
superficies que reflejan? <<Estás al horno>> me dice una cómica voz
desde muy profundo de mi coco. Su voz me ofrece sentarme en la silla pero solo
vamos a estar en la cocina el tiempo necesario, igual me siento. Pasados siete
minutos nos encontramos sentados en su cama (la de debajo de las dos, la de
menos peluches), ella con su té, yo con mi café. Conversamos como si creyéramos
que el otro no entenderá lo que decimos. Pequeños sorbos, grandes sorbos. Como
si nuestras apariencias fueran todo, somos tan profundos. No puedo ver el fondo
de mi café, este lo bloquea. Esperamos el momento en el que podamos ser
honestos, solo que todavía no llega. Una cuchara, dos de azúcar y un poco de
leche para el té, ¿el café? El café solo, por favor.
Los cuadros de la televisión se mueven lentamente, tanto que puedo
notar cuándo cambian. Ella parece no notarlo; cuadro, uno, dos, tres, cuadro.
La televisión se resquebraja, miro a su rostro, inmutable, delicado, real (por
ahora, creo. ¿Real? Espero).
Me acomodo sobre la manda, la gran puerta (o quizá no sea una puerta,
¿una pared corrediza tal vez?) da a la cocina. La mesa, las cuatro sillas
comunes (individuales, símbolo de la soledad para los que no les gusta estar
parados) y la doble, la heladera, la pileta para lavar los platos, el horno con
sus cuatro bebés escupidores de fuego y, por último, unos centímetros de
microondas (la puerta, o la no puerta, tapan el resto). Apenas unos centímetros
de microondas es lo necesario para ver el fuego en el reflejo, pero claro, no
hay fuego en realidad. El microondas muestra una rajadura, una lenta y creciente
rajadura, hace un poco más de calor (<< ¿o soy yo? >>, pienso
inoportunamente).
<<Crick>> (sí, el cristal no hace <<crack>>,
hace <<crick>>, todos lo saben), la tele se resquebraja más y
concluye con su funcionamiento, que en paz descanse. Ahora la muerta e incolora
programación es el reflejo de la cama, con nosotros dentro, claro, que apunta
hacia la televisión… ¿o la televisión apunta hacia nosotros? Los cuadros siguen
pasando lentamente.
Ella omite que la tele se rompió, quizá cree que yo la apagué. Nos
acostamos y recuesta su dulce cabecita sobre mí. Hablamos (ella quería dormir,
yo no tenía sueño… o quizá no quería quedarme a merced de los reflejos),
hablamos como siempre, apreciando temas de conversación y opinando. Siempre
aprecié esto, siempre lo hice, siempre. No aparto los ojos de ella, de su pelo,
de sus grandes y delineados ojos. Sé que no debo mirar a la televisión, sé que
muestra ese deleznable reflejo.
La conversación pasa desde que alguien le hizo el día imposible hasta
que alguien la desilusionó; desde que no le gusta el pescado cocido hasta que
me extrañó; desde que me siente raro hasta el empalagoso panqueque que se
comió. Creo que ya se va entendiendo la aleatoriedad de nuestra conversación,
de un hilo de divagación. Me doy cuenta que sus ojos me han hipnotizado, eso es
la verdadera belleza, sus ojos son juventud. Pero… ¿qué es eso en el reflejo?
<<Tarado,>>, dice de nuevo la cómica vocecita, << miraste al
reflejo>>. Sonidos de censura suenan en mi cabeza mientras maldigo a todo
lo que existe. Sus ojos, su particular color pardo favorece que el reflejo sea
más fácil de ver. Soy yo, mis labios muestran, dictan una frase que cualquiera
puede reconocer. A ver… las formas de la boca con respecto a las vocales: *e
a*o. Fácil. Lo dice, yo lo digo, mi yo reflejado, lo veo. Lo repite tantas
veces como quiere, tantas como las necesita; por un momento me siento celoso.
Escucho a un espejo romperse, el del baño, probablemente. Necesitaba decírselo,
<<crick>>, lo necesito, él y yo. Necesito pedirme ayuda, necesito
tener el mismo valor que yo (el yo de sus ojos).
Los espejos se siguen resquebrajando, seguimos hablando, ya no sé de
qué, sus ojos me distraen de todo. Son tan grandes, los amo. La televisión se
resquebraja (más). Yo no puedo, ¿qué pasaría?, ¿amarnos?, ¿amarla?
<<Crick>>, me hundo en sus ojos, reviento de placer. El yo espejíl
sonríe.
-Te amo –digo.
Se escucha a la televisión romperse, sus ojos se cristalizan, se
resquebraja y se rompen al mismo tiempo que la ventana del remís.
<<Crick>>
-¡La puta madre! –grita el remisero.
Repito: Buen… <<brumcrick>>… buenos días. Hol…
<<bruumcrick>>… Hola. Entro, me gusta la decoración, el olor a los
viejos libros. Ella está parada, estática luego de cerrar la puerta, justo al
lado de donde había un espejo. Sus labios se ven tan… tan… cercanos. Me acerco
un poco más y <<crick>>.