Recobro la conciencia en un parpadeo. La
luna entra por la ventana y dibuja a la silueta, no veo su rostro pero oigo la
risa, su risa. Mientras me acerco a la oscuridad que la conforma la luna
menguante se confunde con su pelo, con su cuerpo; mientras nuestros labios se
buscan la luna les ilumina el camino. Extiendo mi brazo hacia la luna, quiero
sentirla, tan suave y deliciosa, quiero palparla. Me extiendo más y toco sus
rayos, son sedosos y largos; mis dedos juegan entre ellos, contentando a la
silueta, mientras siento que sus labios se rozan con los míos. La luna (la que
no está detrás de la ventana) es sensible, mis dedos la sienten carnosa y delicada
(¿quién lo hubiera dicho?), la palpo y la beso, heterogénea hasta sus dos
puntos. Mis labios se rozan con toda su luna, arriba y abajo; siempre habla
pero no usa palabras, su lenguaje me advierte o me alienta, sentimientos y
deseos.
Sus traslucidas manos acarician y juegan
en mi espalda, las mías sienten toda la luna, cada recoveco, guidas por su
lenguaje, por el deseo concebido por mi cariño. La luna comienza a acercarse a
la ventana, a la figura que la emula tan deliciosamente: si digo que es
deliciosa es porque lo sé, me acerco y la pruebo, su beso y sus manos en mis
mejillas, junto con un poco de perfume, de su exquisito perfume; en cuestión de
segundos soy el catador de su deseo, el catador de la pálida y hermosa luna.
La luna terrenal (la más bella) se
acercó a mí, su nariz juntó con la mía, y muy lejos, detrás (debajo) de nuestro
beso oímos a un botón desabotonarse. Ese era el trato, cuatro besos por sus
cuatro botones, su lenguaje (el que no tiene palabras) me alienta a más, a
sentir (conocer) el centro de la luna, a descubrir qué me aguarda allí. Como
una nave espacial a punto de aterrizar tengo el sumo cuidado, como quien se
esmera en un regalo para un ser querido soy delicado; sus ojos, los ojos
lunares, están fijos en mí mientras que la otra luna (la de la ventana) nos
mira e ilumina, paciente pero ansiosa. Me cierno sobre ella, la siento, siento
todo lo que ella siente: el dolor por las penas pasadas peleándose con el
deseo, mientras una lluvia de amor inunda la escena. Uso su lenguaje (sé qué
siente y quiero que sepa que yo siento igual) al mismo tiempo que ella, sus
ojos, redondos y hermosos, se dirigen a los míos, su boca media abierta y la
sorpresa; llegamos a entendernos de verdad por primera vez y lo encontramos
agradable (“…muy agradable” piensa ella). Su cansada mirada no se ha separado
de la mía, su agitada respiración no evita su sonrisa y el beso.
Entro, oigo su idioma, el idioma del
amor, siento uñas en mi espalda: son profundas, pero no como yo dentro de la
luna.
Entro. La luna menguante parece girar
(ciclar) a medida que amo a su parecida, se ve que la luna nueva da paso al deseo
creciente y la luna igual, “Adiós” se dicen cuando la luna llena llega: ahora
otra vez menguante. Su luna roja se confunde con la pálida, la de la ventana
sigue mirando. Ella sigue usando su lenguaje y ahora está sobre mí, me miran
los deseosos ojos, pardos y estelares. Beso la luna suave y las uñas me
mantienen acostado, siempre donde ella me quiere. Salvaje, pienso, salvaje y
refinada a la vez… mi contradicción favorita ejemplificada por sus suaves (suaves
y húmedos) labios sobre mí y sus labios (los que me besan, los que me hablan
sin palabras) me sugestionan y me muerden tiernamente. Los besos paran y se
desvanecen de mis labios, ahora se mudan a mi pecho: este le gusta y los
desploma sobre él, a los únicos, blancos y dulces sobre mi sensible piel. Ahora
mis besos y nuestro (ya no es más solo suyo) lenguaje son iguales, solitarios
allá arriba, pero ella sigue besándome, como una suave manta sobre mí: el
profundo explorador de la luna, tan blanca iluminada por su par. Me besa y yo
me avergüenzo, me siente profundamente en sí y se avergüenza: la otra luna nos
ilumina.
Recito su lenguaje y ella me ama, poemas
y sonetos equivalen al amoroso deseo, al sentimiento escondido.
Todo explota: la luna de la ventana se
rompe.
Todo explota: ella se recuesta sobre mí.
Todo explota y todo me besa, suaves
(calientes y húmedos) labios. Sobre mí dibuja corazones, recordando la frase,
la frase que hablaba de su profesión: ladrona de corazones, mi maestra en el arte
de los sentimientos. Dibuja y me mira, me gustan sus dibujos; nada la ilumina,
pero ella no tiene miedo. Se ríe y se siente protegida: ¿Que si quiero amor?
Siento su perfume en mis labios, lo saboreo en los suyos, sabroso. Me despido
de su rostro y me lo vuelvo a encontrar en mis sueños.